Antes que primer ministro de Irlanda, Leo Varadkar era, ante todo y sobre todo, un activista gay. No porque lo diga yo sino porque lo defendía él. 

Como ya dijimos en Hispanidad, la Irlanda cristiana todavía vive y, no sólo eso sino que, además, es un país que ha tragado con el aborto y con una persecución contra la Iglesia enmarcada en un exageradísimo análisis de pederastia clerical. Es esa Irlanda la que no está dispuesta a lo que Varadkar pretendía: introducir familias ajenas al esquema natural: un varón, una mujer y unos hijos como fruto que son del matrimonio. 

El 70% de los irlandeses le dijeron que no, que una familia, por eso se le denomina familia natural, debe estar formada por un hombre y una mujer y, ojo, que el origen de esa unión es la libre aquiescencia de dos seres libres, que han decidido donarse mutuamente, bajo un marco de sumisión recíproca: el uno ha hecho un voto con la otra y la otra con el uno.

¿Se imaginan a Pedro Sánchez haciendo lo propio en España? Mismamente, ¿sometiendo a referéndum su Ley de Amnistía y dimitiendo si la pierde? 

No sólo eso, Vardakar aún consideraba más simple, para ganarlo, el segundo referéndum, donde se pretendía retirar de la Constitución una referencia a la labor de la mujer en el hogar. A eso votaron en contra aún más: el 74% de los irlandeses -¡e irlandesas!- que no consideran un desdoro el dedicarse a los hijos, sabedores de que, por muchas leyes de conciliación que le eches, el papel de la mujer en la gestación y durante los primeros años de la vida del bebé resulta, sencillamente, insustituible.  

Así que don Leo, y eso le honra, pensó que, por perder estos referendos, que no le llevaban a la dimisión pero sí delataban su universo woke, ha decidido dimitir. No sólo como primer ministro de Irlanda, tras siete años en la cumbre, sino como líder del Fine Gail.

¿Se imaginan a Pedro Sánchez haciendo lo propio en España? Mismamente, ¿sometiendo a referéndum su Ley de Amnistía?