El cristófobo y activista gay Leo Varadkar, en sus ratos libres primer ministro de Irlanda, convencido de que la Irlanda Cristiana era ya cadáver decidió someter a los irlandeses a dos cambios constitucionales, consecuencia de dos de sus obsesiones: acabar con la familia natural y presumir de que todo lo hace por la igualdad de la mujer, objetivo este que sospecho le importa un pimiento. 

Y es cierto que la Irlanda actual está aún más degenerada que España en materia de fidelidad a la doctrina cristiana... que ya es decir, pero también es verdad que los británicos, sea de la Gran Bretaña o irlandeses, son muchos más prácticos que los hispanos.

Este ha sido el error de Varadkar. Una cosa es decir que hay que aprobar el gaymonio, ante lo que muchos irlandeses seguramente respondieron con el muy irlandés y cervecero "a mí que me importa" y otra promulgar, y en letras de molde constitucionales, que dos que se juntan forman una familia. Porque la cultura católica tiene claro que a un matrimonio, por tanto a una familia, sólo le otorga sentido el libre compromiso de las partes, eso que en tiempos más civilizados llamábamos, amor, entrega o, sencillamente, compromiso.

Por todo ello, resulta que los irlandeses le han dicho que no, que su concepto de familia es otro y que la durabilidad hay que ganársela.

También ha fallado el insigne Leo Varadkar a la hora de aprender desligar a la mujer con la familia y con el hogar. Parecía una quisicosa eso de desligar a la mujer del hogar y la familia pero resulta que los irlandeses le han dicho que tampoco, que sin mujer no hay familia ni hogar.

Ahora sólo falta que los irlandeses manden a Varadkar a su casa. Mismamente.