Conozco una pediatra que está recomendando a los papás de sus pacientes-bebé, que les pongan la televisión. Sí, eso que antes se prohibía a los padres y se les aconsejaba que, cuanto más tarde, mejor, 

Pues ahora resulta que cuanto antes mejor. Es lógico: nuestra pediatra está preocupada porque los bebés no ven rostros -humanos, digo-, tan solo contemplan mascarillas, bozales que tapan la cara y detrás de los cuales, encima, se habla mal y se escucha peor. 

Así que recomienda que el bebé vea la tele, más que nada para que se acostumbren a ver gente aunque sea en dos dimensiones. Todo ventajas porque, como, además, los bebés no entienden lo que les dices, pueden escuchar a Pedro Sánchez sin riesgo alguno. Varias horas al día, no hay peligro.

Otro efecto secundario, no precisamente loable, de los tapabocas, la mejor y más eficaz muestra de sumisión colectiva de entre las muchas generadas por el "SARS-CoV-2", es que cada día respiramos peor, pero no hay peligro: en unos millones de años nos saldrán branquias y a correr.  

Decíamos ayer que el mayor peligro del Covid era la falta de caridad que estaba generando. Pues apunten esta: en un hospital de Boston la dirección se ha negado a realizar un trasplante de corazón a un no vacunado. No lo sé, pero seguro que la excusa consistía en que tenía menos oportunidades de sobrevivir que el vacunado y que, por esa razón, el esfuerzo no merecía la pena. 

Podíamos emplear ese mismo argumento con cualquier disminuido psíquico que suelen vivir menos, o sencillamente con cualquier pobre, que suele vivir menos que los ricos. 

No, lo cierto es que la vacuna se ha convertido en una religión, de lo más mistérica, por cierto. Y una vacuna es un medicamento, no un credo, ni una filosofía, ni una cosmovisión.

Ursulina, como se conoce a Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, quiere imponer la vacuna obligatoria en Europa. Y el que se resista, será laminado, Eso sí, democráticamente.