Empecemos por el final: Néstor Kirchner Dios le tenga en su seno- era un señor muy poco santo. Siento demasiado cariño por los argentinos como para andarme con matices. Con la connivencia de su esposa, Cristina Fernández, ha desmoralizado a mi querida Argentina.

Ha introducido la cobardía del aborto, la decrepitud del homomonio, ha sido un liberticida que ha reducido las libertades de expresión, de prensa y de manifestación, ha promocionado el matonismo sindical, fomentado la miseria y la delincuencia urbanas, llevando la corrupción al máximo nivel, a la ley, confiscado a las familias, especialmente en el mundo rural y desprestigiado al país en Occidente. Además, se ha enriquecido, en un progresivo latrocinio de Estado y ha intentado perpetuarse en el poder a través de su esposa títere y del terror que ha impuesto en un país donde muchos ya saben el riesgo que supone enfrentarse a la Casa Rosada. Naturalmente, todo ello en nombre del justicialismo y del pueblo soberano.

Los llantos ante su tumba no significan nada. Todos los dictadores, los demagogos y los corruptos suelen ser despedidos con igual entusiasmo y don Néstor constituía una buena mezcla de todo ello. Era todo un ultra con corbata, fiel ultra de sí mismo y capitán del nuevo marxismo iberoamericano.

Su muerte ha coincidido con la del viejo sindicalista español Marcelino Camacho, asimismo alabado por todos. Camacho era un personaje bien distinto, un comunista que creía en sus ideas, un personaje, en resumen coherente. Vamos, que no era un inmoral, en todo caso, amoral. Por decirlo pronto, Kirchner era una progre, Camacho era un rojo, y yo me quedo con los rojos antes que con los progres, de aquí a Lima.

El fundador del sindicato comunista Comisiones Obreras tenía un cacao mental importante, pero era coherente, se preocupaba en verdad por la situación de los obreros. Su ideología consistía en una especie de paraíso terrenal llamado Estado del Bienestar, que habría de cuidar del obrero desde la cuna a la tumba.

En mi opinión esto no es sino una locura que conduce al reparto de la miseria pero aquí mi opinión sólo es eso, una opinión: lo importante es que Camacho era fiel a esos principios. Ahí me quedo.

Lo único que tengo que reprocharle es el aprovechamiento bastardo que hizo de la Iglesia y de las parroquias madrileñas del último franquismo, pues para Camacho la Iglesia era un medio, no un fin y el Cristianismo un elemento revolucionario. Pero nunca se dejó llevar por la violencia, cosa que Kirchner sí alentó: en su caso, alentó la peor de todas: la violencia y la justicia institucional, la que está amparada por el poder del Estado y, llegado el caso, por la ley.

En resumen, Camacho era un rojo, lo cual casi se echa de menos en el ambiente bobalicón de pensamiento único vigente hoy en día, pero Kirchner era mucho peor: era un progre de colmillo retorcido, un depredador de libertades y de humanidades. Que Dios le perdone pero que el kirchnerismo sea enterrado con él.

Además, Camacho, al revés que el superviviente Santiago Carrillo, no ha apostó por la revancha por la sencilla razón de que era un hombre coherente. Quería la mejora de las condiciones de vida del proletariado, sí, pero no a costa de degollar a la clase media. Tampoco pretendía vengarse del pasado ni tenía pasado que ocultar. Creía, como la vieja izquierda, en la justicia social y nunca pretendió imponerla desde arriba o con un tiro en la nuca.

Esta es la diferencia entre rojos y progres. Y es que ningún coherente, ningún hombre que crea en algo, resulta peligroso. Es más, resulta constructivo. Para ser coherente se necesita una convicción a la que guardar lealtad. Pero ahora, si crees en algo, el progresismo te tilda de dogmático.

Los problemas del progre (Carrillo es un progre, como Kirchner) es que no cree en nada. Y como no cree en nada tampoco se arrepiente de nada. Y quien no se arrepiente de nada tiene mucho peligro.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com