Cuando al pensamiento único se le llama unidad, cuando a la imposición de lo políticamente correcto se le denomina consenso y cuando el logro más ansiado es la estabilidad política es que caminamos hacia la tiranía, eso sí, por la senda constitucional, desde la democracia. Más claro: estamos ante un totalitarismo sin cambio de sistema.

Nada menos que 12 periódicos catalanes han publicado un editorial en defensa del Estatut y pocos menos que amenazando al Tribunal Constitucional.

No me preocupa el reto al Tribunal Constitucional, un órgano que lo mejor que podría hacer sería desaparecer. Me preocupa más que 12 periódicos decidan publicar un mismo editorial, porque es la negación misma del pluralismo informativo del pensamiento único, de monopolio intelectual, de faltas de discrepancia. La libertad de prensa consiste en que La Vanguardia haga de conservador -conservar al Gobierno que le alimenta, principalmente- y El Periódico haga de progresista -o sea, abajo los curas arriba las faldas y que viva el PSC-, no que ambos publiquen el mismo editorial porque es lo políticamente correcto.

La libertad de prensa, parte no baladí de la libertad de expresión, corre el riesgo de morir en Europa a manos del pensamiento único.

Políticamente, a pesar de los rasgados de vestiduras en la City política madrileña, no se preocupen que no es para tanto. Lo que tiene que hacer la presidenta del Tribunal Constitucional, María Emilia Casas, es dejar de esperar las consignas de la vicepresidenta primera, Teresa Fernández de la Vega -quien no aprendió la asignatura de la división de poderes- y emitir sentencia.  

Los catalanes son un pueblo romántico y nostálgico que corre el riesgo de morir de nostalgia. Si el TC tumba el Estatut los nacionalistas catalanes no aprovecharán la medida del TC para aplaudir a grupos separatistas o terroristas. Como ahora el nacionalismo vasco, sino que abrirá un nuevo frente. Y si el TC deja impoluto el Estatut, los catalanes pedirán el concierto. Son un pueblo de transacción, a los que merece la pena atraer.

No, lo grave no es el reto político de gente como Carod Rovira o Puigcercós, a los que si se aseguran sus cargos públicos remunerados gritarían viva a Franco.

Lo grave es el editorial conjunto, porque tienen mucho de esa lamentable tendencia al oligopolio, al redil, al aborregamiento. En todo Occidente se da una tendencia política al bipartidismo y una tendencia mediática -que es mucho peor- al oligopolio consentido: cuatro o cinco multimedia que lo controlan todo y que critican al Gobierno o a la oposición siguiendo un guión establecido y según su establecimiento en la progresía de derechas o de izquierdas. Es decir, un espejismo de democracia que ahoga la disidencia. Bipartidismo y oligopolio informativo (en España formado por PRISA, Vocento, Planeta y RCS) que controlar tanto la información como la producción audiovisual, es decir, la cultura -o incultura- del siglo XXI. Menos mal que Internet ha venido para fastidiar al oligopolio.

Así que ya saben, ¡viva la discrepancia!

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com