Conozco a los Esparza, familia de periodistas. José María, el mayor, anda por tierras navarras. Rafael, el menor es uno de los periodistas económicos más sólidos que ha dado España, en la actualidad redactor jefe de La Gaceta. Miguel no es periodista, es médico y cura, pero, antes que nada, es un Esparza.

Por lo general, los periodistas damos vueltas a la actualidad y a los personajes públicos, los Esparza, por contra, dan vueltas alrededor de los conceptos y de los sentimientos.

Por eso, se lo digo sinceramente, cuando me eché a la cara la última obra de Michel Esparza, titulada Amor y autoestima me eché a temblar. Como la amistad obliga, me lancé al asunto... ¡y ahí llegó la sorpresa!

Es un libro cristiano, naturalmente, porque identifica el amor con la donación, con la entrega, y el único amor perfecto con la clemencia de Cristo. Pero también es un libro de psicología: nunca había vito yo un recorrido desde el despertar de la infancia hasta el amor adulto. Había visto, sí, al genial Clive Lewis uno de los autores más citados por Esparza- definir Los cuatro amores pero en foto fija. No, lo que hace Esparza es una evolución, la evolución de la madurez, es decir, la evolución en el amor que, si no resulta fallida, significa la realización del hombre. Sin utilizar los plúmbeos elementos de un tratado de psicología, Esparza recupera viejos esquemas olvidados como, por ejemplo, el proceso de la madurez. A fin de cuentas, madurez no es más que el recorrido por las tres etapas de la formación humana:

1. Alguien se ocupa de mí.

2. Paso a ocuparme de mí mismo.

3. No sólo me ocupo de mí mismo sino también de alguien más, o de muchos más.

Ahora bien, esa realidad psicológica no puede entenderse sin el concepto previo, el amor, lo que nuestras madres, sin tanta milonga, llamaban actitud de servicio.

La segunda lección de Esparza es la diferencia entre autoestima y orgullo. Repetimos que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, pero es un aforismo desafortunado, o debe serlo, porque siendo muy cierto, pocos lo entienden. Si quieren ustedes distinguir al simple vanidosos del enrevesado soberbio es muy sencillo: el orgulloso practica la autocrítica más feroz, es una forma de anticiparse a la crítica ajena, que es la que no soporta.

Y me leí el libro en unas horas, de corrido.

Eulogio López

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