Hemos conocido estos días la carta de un rey a su hijo, felizmente reinante porque el padre hace años abdicó en él la corona. Un rey que recuperó la corona y el reino, que sus antepasados llevaron con mayor o peor fortuna, durante siglos.

Corona y reinado que le fue restituido por un dictador un tanto atípico para lo que se estila en los últimos siglos; ya que la nación que recogió, después de una guerra incivil, destrozada económicamente, prácticamente analfabeta y anímicamente como nunca había estado en su historia; la dejó como la octava potencia económica a nivel mundial, y alfabetizada a más del ochenta por ciento, así como ordenada civilmente y prácticamente con pleno empleo.

Corona también restituida por el pueblo, que lo proclamó mediante sus instituciones: Las Cortes. Y con todo el poder en sus manos, este rey, lo cedió al pueblo, que igualmente utilizando las instituciones -todas derechonas- tendió la mano a la izquierda, que tanto daño había causado a la nación, para compartir una democracia moderna.

Este rey que escribe la carta desde un exilio donde lo han enviado, ya octogenario, de una forma sibilina, como la mordedura de una serpiente, la izquierda de siempre de esta dolorida nación. Esa izquierda, que, aun con la piel de cordero que se puso en algún momento, nunca ha dejado se ser aquella de hace más de ochenta y seis años: envidiosa, resabiada, chulesca, ignorante, maleducada y sectaria. Una izquierda a la que este rey ha tratado con una deferencia que nunca se mereció. Llámese: Felipísmo, Zapaterísmo o ahora Sanchísmo.

Me acuerdo de cuando alguien se quejó del trato que daba a la izquierda y el que daba a la derecha, a una persona muy cercana a su Majestad, y éste le dijo: “es que su Majestad sabe que la derecha nunca le echará” y la contestación del que dolorido se había quejado: “pues dile a su Majestad que la derecha no lo echará, pero puede dejar de defenderle”.

Estos que después de leer la carta al hacerse pública. Estos que después de una persecución inmisericorde durante tres años, gastando un dinero público, que no suyo. Estos que han tenido que archivar, lo que era archivable desde un principio. Estos que lo que han buscado es la difamación y la humillación, de quien les abrió el camino para acceder al poder. Estos siguen todavía rabiosos y se permiten pedirle explicaciones. ¿De qué?

Me acuerdo de cuando alguien se quejó del trato que daba a la izquierda y el que daba a la derecha, a una persona muy cercana a su Majestad, y éste le dijo: “es que su Majestad sabe que la derecha nunca le echará” y la contestación del que dolorido se había quejado: “pues dile a su Majestad que la derecha no lo echará, pero puede dejar de defenderle”

Si es de moralidad, ¿acaso no recordamos -y esto es memoria reciente- que el primer Vicepresidente de izquierdas tenía una amante en Madrid y visitaba a su esposa los fines de semana? O aquel dicho que corrió como la pólvora después de llegar al poder la izquierda: cambian de coche, mujer y casa. Y seguimos igual con el último y dimitido vicepresidente de izquierdas del que hemos disfrutado.

Si es del dinero para que hablar de “mi hermano”, como llamaba Jaime Campmany, al hermano del mencionado Vicepresidente, y sus cafelitos. Habría tanto que escribir, y estoy hablando en democracia, que se podría decir remedando a San Juan al final de su evangelio: Hay otras muchas cosas que hizo la izquierda. Si se escribieran una por una, creo que el mismo mundo no podría contener los libros escritos”.

Y volviendo a la carta, y después de leerla varias veces, he llegado a la conclusión de que muy finamente el Rey D. Juan Carlos I “nos manda a todos a hacer gárgaras”: a su hijo, a los políticos, y al desagradecido pueblo que es incapaz de perdonar pecados que como humanos somos capaces de hacer todos. Y además se siente libre. Vendrá cuando quiera, como quiera, y hará lo que le dé la gana; y verá y visitará a quien él quiera, y vivirá donde él quiera. Y esto es lo que más ha enrabietado a esa izquierda, que mientras no sea expulsada de la política, no nos permitirá alcanzar la paz y la justicia que cualquier pueblo merece.