- La pregunta de cualquier sociólogo debería ser la misma: ¿por qué aumenta el número de suicidios?
- La causa de la depresión es el orgullo; la consecuencia, el egoísmo.
- Aunque sí, la depresión puede tener causas estrictamente químicas pero sorprende la erupción estadística.
Los datos los aporta
Eva M. Catalá (nada que ver con el señor ministro de Justicia en principio) pero les aseguro que van en la línea de lo que marcan todas las estadísticas: conformamos una
humanidad tristona y apagada. La
enfermedad del siglo XXI, tan avanzada en todos los puntos, especialmente en tecnología, es la
depresión. No, no es ninguna broma, porque puede llevar al suicidio.
¿Y por qué? Los
ateos practicantes aseguran que, por razones químicas, mientras don
Leopoldo Calvo-Sotelo (el presidente más inteligente de la democracia española, quizás por ello un fracaso de presidente) les recordaba que el mundo empezó a declinar cuando la química sustituyó a la física. ¿Y saben una cosa? Los ateazos tienen parte de razón.
Somos cuerpo y espíritu. El espíritu fastidia al cuerpo (nada peor para la fisiología que una depresión psíquica) y el cuerpo al espíritu: andadero para la virtud de la misericordia que una úlcera. El
materialismo más contumaz y primario, el materialismo práctico, suele acabar demostrando la existencia del Creador.
Ahora bien, como no soy médico, ni tan siquiera químico (¿es lo mismo?) me permito recordar la causa y la consecuencia estrictamente espiritual de la cosa depresiva. La
causa suele ser el
orgullo: he conocido decenas de deprimidos en misiva y en todos he podido comprobar la misma salmodia: no me consideran como merezco. Por eso me deprimo. O como decía
Chesterton: les falta la humildad del bebé, encantado de haber venido al mundo. Así, aseguraba el periodista británico: cada vez que alguien me dice que la vida es un asco le ofrezco una pistola para que se pegue un tiro. Y créanme, no suelen hacerlo.
Hasta ahí la causa. La
consecuencia de la depresión es el
egoísmo. La criatura entera, con psicólogo y psiquiatra adjuntos, o sin ellos, se convierte en un ser pendiente de sí mismo.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com