Sr. Director:
En algunos países europeos está vigente una ley que permite inscribir en el Registro Civil a los niños muertos antes de nacer. De esa forma queda reconocida la existencia de una criatura que no ha llegado a asomarse al mundo, con los ojos abiertos, saliendo de las entrañas de su madre.
El Registro deja de esta manera constancia de que ya habían nacido, de que ya eran personas, en el momento de su muerte. Da un certificado del dolor y de la pena de una madre al no poder dar refugio en sus brazos a la criatura a la que había cobijado en su vientre durante nueve meses.
Ante la noticia de que en uno de esos países, una mujer quiso inscribir en el Registro a un hijo del que había abortado a las 20 semanas de embarazo, me tomo la libertad de entrar en el corazón y en la mente de esa mujer, y escribir estas líneas con su “posible” historia.
Al cabo de un cierto tiempo, el recuerdo de los momentos pasados en la “clínica” abortista angustiaba su corazón y su cabeza. ¿Sería de verdad un montón de células simplemente como le había dicho uno de los “abortadores”?. ¿Y si fuera de verdad una criatura que se iba desarrollando para poder mirarle un día a los ojos, y sonreírle agradeciéndole que le hubiera dado vida?