Leo un titular: "Apoyo mundial a la finlandesa Sanna Marin, primera ministra de su país". Resulta que se descocó en una fiesta privada con amigos, y alguien filtró el vídeo en Internet. 

De inmediato, esta sociedad de la información tan proclive a adoptar posturas políticamente correctas, decide que nadie debe criticar a la pobre Sanna. 

Son los mismos que han crucificado, hasta hacerle dimitir, al primer ministro británico, Boris Johnson, por las copas de whisky que se tomó durante la pandemia. Estoy seguro que el licor combate al virus con eficiencia, y seguramente hay un montón de diferencias en los casos de Sanna y Boris. 

Claro que sí, pero hombre, tiene gracia la salida.

Por cierto, muy bueno lo de Arturo Pérez-Reverte, nuestro ilustrado de guardia, asegurando que Sanna es una señora -una afirmación científica- porque no ocultó su 'fiestuki'. La verdad es que era un poco difícil ocultarla, dado cómo se contoneaba la primera ministra y dado que los vídeos corrían por las redes sociales de todo el globo. 

La investigación independiente, por supuesto, encargada por los finlandeses sospecha que Vladimir Putin está detrás. Es una pista a seguir, de lo mas consistente.

En cualquier caso, llama la atención el contraste entre el "apoyo mundial" a la finlandesa Sanna Marin frente a la persecución global al británico Boris Johnson. Que, así entre nosotros, me parece un cantamañanas de mucho cuidado, pero esa es otra historia.

Y con ese parangón se hace realidad la doble moral hipócrita del feminismo: cualquier crítica a una mujer es machismo mientras criticar a un varón es justicia. De esta forma, se anula cualquier posibilidad de crítica, incluso de discrepancia, contra cualquier mujer: las mujeres son perfectas: ¡Quod erat demonstrandum!