La divinidad de la Historia sigue siendo una mujer, porque la vicepresidenta del Gobierno socialista-comunista de España, Carmen Calvo, le ha movido la silla a la musa Clío, y a partir de ahora será la de Cabra la que nos inspire a los historiadores cómo tenemos que escribir, y lo hará con persuasivas advertencias en forma de multas de hasta 150.000 euros, cárcel e inhabilitaciones; y les aseguro que ciertas son las amenazas, porque me las han contado dos amigos muy cercanos a la nueva musa de la Historia, que se llaman Pixie y Dixie.

Dicen algunos, y no les falta razón, que este proyecto del Gobierno de los socialistas y comunistas españoles actuales se inspira en lo que ya hicieron dos tiranos, como Lenin y Stalin, pero a poco que se hurgue en el pasado se pueden encontrar precedentes de este atropello contra la Historia mucho antes, porque lo de los enemigos de la libertad es más viejo que el hilo negro. Yo conozco algunos de estos precedentes, y aunque hay otros muchos, hoy me voy a referir a un par de ellos: uno del siglo XVII y otro del XIX.

Dicen algunos, y no les falta razón, que este proyecto del Gobierno de los socialistas y comunistas españoles actuales se inspira en lo que ya hicieron dos tiranos como Lenin y Stalin, pero a poco que se hurgue en el pasado se pueden encontrar precedentes de este atropello contra la Historia mucho antes

El primero es de Francia. Fue el mismísimo rey de Francia Luis XIV (1643-1715), conocido también como el Rey Sol, el que inventó la Historia ad usum Delphini (para el uso del Delfín). Esta expresión latina hacía referencia a una iniciativa del monarca francés, que imprimió un conjunto de libros de autores clásicos, griegos y latinos, con pasajes censurados, por considerarlos inapropiados para la lectura de su heredero. Esta serie de libros llevaban impreso en su portada el lema ad usum Delphini. Desde entonces, por extensión, se utiliza esta expresión para referirse a la censura que persigue un fin bastardo.

Por esta razón, Honoré de Balzac escribió que hay dos clases de Historia: la historia oficial, la historia mentirosa, la que quieren los socialistas y los comunistas que se enseñe en los colegios, la historia ad usum Delphini;  y la historia secreta, en la que se encuentran las causas verdaderas de los acontecimientos, que en algunos casos es la historia vergonzosa que contiene acontecimientos como el golpe de Estado de los socialistas contra la República de 1934, o el asesinato a manos de socialistas nada menos que del líder de la oposición José Calvo Sotelo, o los muchos asesina que los socialistas y los comunistas cometieron en la retaguardia impunemente en esas cárceles de tortura y crimen que fueron las chekas.

Y esto es lo que quiere que hagamos Carmen Calvo en los colegios y en las universidades, que tapemos las vergüenzas históricas del PSOE y enseñemos la historia a su acomodo y beneficio, bajo amenaza de importantes multas, inhabilitación académica y hasta la cárcel, que acomodemos la historia al uso de nuestros alumnos y en beneficio de los partidos socialista y comunista, que ahora nos gobiernan.

Esto es lo que quiere que hagamos Carmen Calvo en los colegios y en las universidades, que  enseñemos la historia a su acomodo y beneficio bajo amenaza de importantes multas, inhabilitación académica y hasta la cárcel

El segundo precedente de la manipulación de la Historia al que me quiero referir es español, si bien es un personaje de novela. Se trata de uno de los protagonistas de una de las series de Episodios Nacionales, que aparece en varios en los libros de la cuarta serie, ambientados en los últimos años del reinado de Isabel II.

El personaje es Juan Santiuste, al que la señorita Teresa Villaescusa, además de otros favores, le proporcionó un oficio como periodista. Santiuste acabó bajo la protección de Beramendi, que le envió a Marruecos para que hiciera las crónicas de Guerra de África, que duró cuatro meses desde diciembre de1859 hasta que se firmó la paz en abril de 1860.

Carmen Calvo pretende tapar las vergüenzas del PSOE a lo largo de la historia reciente

Santiuste tenía que escribir a su protector lo que sucedía: “Hágase cuenta —le encargó Beramendi— de que escribe para mí solo, y sea esclavo de la verdad”. Pero a la vez tenía que contar la guerra “en tono de patriotismo infantil y sonrosado” al niño Vicente Halconero, un rapaz lisiado de una pierna y entusiasta de las hazañas militares.

Por esta doble misión, Juan Santiuste, a la vez que en las cartas que dirigía a Beramendi narraba la verdad, en las que enviaba a Vicentito Halconero dejaba correr su fantasía. De este modo, se podría decir, que unos escritos eran de Historia sin apellidos, al gusto de Clío la verdadera musa de la Historia, y en otros escribía ad usum Delphini, que es como quiere que escribamos Carmen Calvo siguiendo la falsilla de su Ley de Memoria Democrática; a saber: Franco, tirano sanguinario; PSOE, un siglo de honradez…

Ad usum Delphini, que es como quiere que escribamos Carmen Calvo siguiendo la falsilla de su ley de Memoria Democrática; a saber: Franco, tirano sanguinario; PSOE, un siglo de honradez…

Pasan los años y unos cuantos libros de los Episodios Nacionales, concretamente desde O’Donnell a Prim, donde Pérez Galdós cuenta la vida de Santiuste, un verdadero “salseo” en el que van desfilando las virtudes y los pecadillos de Juan Santiuste con moras, judías y cristianas, porque en el estilo maniqueo de los Episodios Nacionales los defectos de los liberales son graciosos, y no digamos qué cosa sus méritos, pero las virtudes de los absolutistas son antipáticas, y que para qué les cuento, sus defectos. Por lo tanto, Santiuste en el peor de sus comportamientos resulta un muchachote simpático. Y sucedió que con los años Juan Santiuste acabó enloqueciendo y no de amor, sino de enajenación mental. Y en tan calamitoso estado cambió su nombre por el de Confusio, por la enorme confusión que reinaba en su cabeza.

Sin embargo, loco de atar, no dejó de ser un liberal radical, por lo que se propuso la empresa de escribir la Historia de España no como había sucedido, sino como según Confusio debería haber sucedido. Y lo primero que hizo fue darle un título a su trabajo tan rimbombante como este: Historia lógico-natural de los españoles de ambos mundos en el siglo XIX.

Pero le cedo la palabra al personaje galdosiano Beramendi, protector de Confusio, para que nos describa la situación: “Cada dos o tres días despacha un capítulo que me lee antes de ponerlo en limpio […] Confusio no escribe la Historia, sino que la inventa, la compone con arreglo a la lógica, dentro del principio de que los sucesos son como deben ser. Anteayer me leyó un capítulo que me hizo morir de risa. Describe los sucesos del año 1823, las artes solapadas de Fernando VII para ahogar en España el espíritu liberal, la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis para restablecer el absolutismo, los acuerdos de las Cortes, la declaración de locura del rey. Al llegar aquí el hombre se quita cuentos, y… ¿Qué creerán ustedes que proponen, discuten y votan las Cortes? Pues procesar al rey […] Pásmense ahora: Fernando es condenado a muerte… y como no resulta decoroso ahorcarle, ni tenemos verdugos que sepan degollar, es fusilado con muchísimo respeto en Cádiz, en el baluarte próximo a la aduana… ¿Se ríen ustedes? Pues si leyeran la solemne escena de Fernando en la capilla […] y luego la marcha al suplicio al son de tambores destemplados, y lo que el augusto condenado dijo al cura que le auxiliaba, admirarían al historiador, que según dice, no tiene por musa a la vieja Clío, sino a la conciencia humana”.

Y exactamente ahí, en el hondón de nuestras almas, es donde este Gobierno de socialistas y comunistas quiere instalar esa ley liberticida de la memoria democrática, en cada una de nuestras conciencias para encorsetarlas con la camisa de fuerza de su programa político rebosante de odio y de sectarismo antirreligioso, con el fin de impedir que salga a flote la verdad. Se equivocan quienes piensan que esto solo es una cortina de humo para tapar sus vergüenzas. Esto es un pavoroso incendio que, con la tea de su mentira histórica, pretende calcinar los más elementales derechos de los españoles. Y si nadie detiene la locura y la tiranía que ahora nos gobierna esto acabará en sangre y destrucción.

Y tras la destrucción civil de las personas no viene la calma, como sucede después de las tempestades. La historia de los socialistas y de los comunistas españoles tiene elocuentes capítulos en los que se nos muestra que tras la destrucción material promovida por socialistas y comunistas, viene la sangre

¿Que exagero…? Los más veteranos de mis lectores se acordarán de aquella estúpida frase de Adolfo Suárez, al principio de la transición, cuando a ETA todavía no le había dado tiempo a asesinar nada más que a unos pocos: “Lo importante es desdramatizar”. Y desde tan torpe lema centrista se contaron después por miles quienes tuvieron que llorar a familiares asesinados.

Algo habrá que hacer, porque este Gobierno está dispuesto a todo. Alguno de sus ministros ya ha amenazado con derribar la Cruz de los Caídos. Y yo no dudo que lo harán. No, no podemos permanecer como si no hubiera pasado nada, porque lo que nos han anunciado es que de momento van a liquidar toda una serie de derechos fundamentales como los derechos de religión, de opinión, de cátedra, amenazando con gravísimas multas y con cárcel. Y tras la destrucción civil de las personas no viene la calma, como sucede después de las tempestades. La historia de los socialistas y de los comunistas españoles tiene elocuentes capítulos en los que se nos muestra que tras la destrucción material promovida por socialistas y comunistas, viene la sangre. Y esa parte de la historia, los robos y los crímenes de la izquierda durante la Segunda República y la Guerra Civil, es precisamente la que la Ley de la Memoria Democrática pretende esconder y castigar con duras penas al que se atreva a contar la verdad.

Javier Paredes

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá