Durante los primeros tres años de la pasada legislatura, Rodríguez Zapatero pensó que podía pasar a la historia como el pacificador de Euskadi. No sólo eso: cuando ETA declaró la tregua, fue recibido como un héroe por sus colegas europeos, quienes celebraron el fin de la banda. Incluso cuando se produjo el atentado de Barajas, con dos muertos, fue Rubalcaba quien se tuvo que interponer ante la locura de decirle a los españoles que había que seguir hablando con los terroristas.
Poco a poco se fue dando el giro: de legalizar a ANV se pasó a perseguirle. El hombre de paz, Arnaldo Otegi, acabó en prisión, y a De Juana se le aconsejó que dejara de hacer tonterías si no quería morirse de hambre. A partir de ahí, toda la campaña electoral consistió en superar al PP en dureza frente a ETA y frente al Gobierno tripartito vasco, especialmente frente al Plan Ibarreche. ZP quiere mantener su imagen de diálogo y talante, pero incluso se permitió el lujo de despreciar al lehendakari Ibarreche: le recibió pero le despreció, refiriéndose a sus aventuras y tomando el circo mediático que constituye la especialidad de la casa: si el no ya estaba previsto, ¿para qué le recibió?
En esos momentos, ZP y Rajoy tienen el mismo objetivo: pactar con el nacionalismo catalán de CIU, con quien, como dicen en el PP podemos entendernos y dejar a un lado, no ya las negociaciones con ETA, sino los pactos con el PNV, que sólo traen problemas.
Esa es precisamente, la línea que Rajoy quiere mantener con Pedro J. Ramírez y Federico Jiménez, sobre todo con este último, que considera que el verdadero problema es el Estatut catalán y no el terrorismo etarra. Lo que ocurre es que El Mundo y la COPE han arrastrado a parte del Partido Popular. No a Aznar, que sólo pretende cambiar a Rajoy porque considera que jamás podrá ganar las elecciones.
Y como todos los medios viven pendientes del Partido Popular, en el PSOE están felices. De hecho, nadie se fija en las escasísimas ideas del Gobierno para luchar contra una crisis económica que no se molestan en negar ni en la Vicepresidencia económica. España vive pendiente de la última del PP, y el PSOE gobierna sin oposición política y sin que los medios se ocupen de ellos. El vicepresidente Solbes no ha planteado ni la opción socialdemócrata para salir de la crisis -más obra pública aún a costa de déficit- ni la opción liberal -reducir los impuestos y aumentar el consumo y la inversión-.
Eso sí, para poder ganar la carrera por involucrar a CIU en el Gobierno de España, aunque ZP tiene la ventaja de la crisis del PP también afronta un problema llamado José Montilla. El líder nacionalista catalán, Artur Mas, no permitirá que Durán Lleida pacte con Moncloa y se convierta en ministro de Asuntos Exteriores -en los mentideros madrileños se comenta que Moratinos se mantiene en su cargo para guardar el puesto- del Reino de España si antes él, Artur Mas, no consigue la Presidencia de la Generalitat. En definitiva, el problema de ZP es, una vez más, su colega Montilla.