Vaya por delante lo que ya hemos repetido en Hispanidad hasta demasiadas veces: la guerra de Iraq fue una guerra injusta, porque no se pueden matar moscas a cañonazos, y porque George Bush continúa sin comprender que la III Guerra Mundial, la guerra terrorista, es más propio de los métodos policiales que de los militares, y que en esta guerra la información se convierte en el arma más letal.
Y también es cierto que sigo teniendo mis dudas sobre la posibilidad de crear una democracia en Iraq.
Sin embargo, me ha sorprendido, y mucho, que en medio de las amenazas y los atentados, un 60% de los iraquíes se la haya jugado y haya acudido a las urnas. Y que no se hable de maniobras norteamericanas: lo más probable es que los resultados conviertan al ayatolá Ali Sistani en el nuevo Jomeini de Iraq, hombre fuerte detrás de los políticos vendedores. Es decir, en las elecciones iraquíes habría vencido el chiísmo religioso de un antiguo exiliado en Irán, no el chiísmo más occidental de Yyad Alaui, primer ministro y hombre más próximo a las fuerzas de ocupación norteamericanas.
No, lo malo es que estas elecciones se conviertan en un experimento transitorio que sustituye la dictadura de Sadam Husein por una dictadura a lo iraní. Eso no sería peligroso, sería explosivo. Estados Unidos tendría que marcharse con el rabo entre las piernas como en Vietnam: no por haber perdido la guerra sino por no haber vencido en la postguerra, que es mucho más importante. Volverían a ser la potencia enrocada sobre sí misma, con tendencias suicidas, y cuyo relevo no sería acogido por la Unión Europea, porque Europa es un continente en descomposición y no está dispuesto a arriesgar nada.
Sin embargo, ese escenario es el que desea toda la progresía europea, empezando por el Gobierno español: un Iraq tiránico (la culpa la tendrá Estados Unidos) y un Estados Unidos hundido y apaleado. Así, Europa ya no será un tonto cualquiera, sino un tonto imperante. Y como buen tonto importante, podrá decir la frase favorita de todos los tontos importantes: Ya os lo decía yo.
Eulogio López