Con motivo de la fiesta de la sagrada Familia leía un artículo de Francisco Gil Hellín, Arzobispo de Burgos, que comenzaba diciendo Hace unos días, un amigo me comentaba la impresión que le había causado la asistencia a una boda en la parroquia de su pueblo.
Se hacía lenguas de lo bien que había salido toda la ceremonia. Peor lo que a él le había impactado de manera muy especial era la fórmula que actualmente emplean los novios cuando se casan por la Iglesia. Le pregunté por qué y él a su modo, me vino a decir que era muy serio y muy bonito lo que se habían dicho el uno al otro en el momento de intercambiarse el consentimiento.
No le faltaba razón. Porque lo que en esos momentos se dicen uno y otro es esto: Yo, te recibo a ti, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida. La novia repite lo mismo. Ciertamente, es impresionante casarse para siempre, entregarse y prometer fidelidad a una persona pase lo que pase y, además, no sólo cuando se tiene pocos años y se tiene vigor y la belleza de la juventud, sino cuando llegan los achaques y la vejez. Esto es tan maravilloso, que es capaz de hacer completamente feliz a quien lo viva.
Me pareció que valía la pena reproducir este consentimiento, especialmente hoy que tanto se encuentra a faltar el compromiso. Tal vez sirva para entender porque disminuye el número de casamientos y especialmente de casamientos católicos, con compromiso.
Domingo Martínez Madrid