La Transición fue un proceso político por el que ambos bandos de la guerra civil pasaron página del pasado y decidieron mirar para el futuro. Todo el mundo dejó cosas en el camino, renunció a sus planteamientos de orígen y con las luces largas, planteó una nueva España con visión de Estado. El cambio se produjo de la ley a la ley, respetando los derechos adquiridos, sin rupturas ni revoluciones.
Pero esto parece haberse agotado. La izquierda radical tiene ganas de revancha atrasadas. Considera que la Transición fue un proceso cerrado en falso y que la democracia española es heredera del franquismo. Así que hay que poner el país patas arriba. Ese es Zapatero: memoria histórica, sectarismo social e improvisación económica.
Dice el ministro Sebastián que aunque Franco muriera, todavía quedan restos de franquismo. Cierto. Pero ese franquismo sociológico estaba tranquilo hasta que ZP le tocó la moral. Entonces se reabrieron las fosas y comenzó la guerra de esquelas. Pero también hay antifranquismo sociológico. Escuchar a Villarejo su aquelarre contra el Supremo es todo menos democrático. Porque para la izquierda más sectaria en la que lamentablemente se encuentra el actual PSOE, la Transición es un proceso pendiente. Y todavía quedan muchos casposos como dijo De la Vega en el 2004 en referencia a curas y jueces. El Gobierno se sacude la caspa con absoluto desprecio al Estado de Derecho. La voluntad como fuente de derecho.