La tradición asegura que en la villa romana de Éfeso, hoy recuperada para el turismo y visible en todo su antiguo esplendor, allá en la costa turca, radica la última vivienda de la Virgen María, Madre de Jesús de Nazaret, en la tierra. Bueno, una pequeña casa en los arrabales de Éfeso, una ciudad marítima convertida en ciudad de interior.
Cuando la visité, las autoridades turcas habían colocado una comisaría de policía justo al lado de donde un grupo de religiosas se dirigían a Dios sin molestar a los hombres, incluso -hace ya diez años, que conste- las visitas turísticas estaban programas para que no duraran más de 10 minutos, no fuera a ser que alguien se dejara influir por el ambiente.
La asunción de María a los cielos pudo realizarse desde esa última residencia terrena de la Madre del Salvador, en Éfeso, o desde la propia Jerusalén, aunque, según Catalina Emmerick (una vidente analfabeta que ha acertado en tantos sucesos históricos y arqueológicos, que hay que darle un voto de confianza) se produjo desde esa casa de Éfeso, la misma que arqueólogos franceses descubrieron gracias, precisamente, a la beata Emmerick.
Y así llegamos a España, cada 15 de agosto, el día en que más ayuntamientos -esos que quiere fusionar Rajoy- celebran sus fiestas patronales. Porque España, aunque fastidie a algunos, sigue siendo la Tierra de María. ¿Qué distingue al español recio El amor a su madre del Cielo. Borricos somos para aburrir a la delicadeza pero aún conservamos la única salvación que le queda al pueblo español (o a la democracia española, si lo prefieren): el amor a María. Sólo al alcance de recios íberos, incluidos los que despotrican contra Iberia.
Y no es baladí el recordatorio, porque, con mi finísimo olfato de analista económico -y político, social, futbolero y taurino-, me dice que Santa María es el único asidero que nos queda a los españoles ante lo que se nos avecina. Y no hablo de la crisis, que no es causa, sino efecto de lo que nos pasa.
Eulogio López
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