¡Es la curia, estúpidos, la curia vaticana! La actualidad veraniega sigue marcada por la famosa reforma de la curia vaticana. Sigo sin saber qué es la puñetera curia, porque me parece a mí que el Vaticano es un colectivo un tanto informe y más bien caótico, como todas las obras humanas de Dios, que nunca se sabe cómo se mantienen en pie pero perviven al resto.
Vamos a ver: el problema de la curia, que no es otro que el eterno problema de la clerecía, no es ni de corrupción -mínima- ni tan siquiera de pederastia -terrible en un cura, pero mínima-. Los problemas de la curia es uno y siempre el mismo: se llama soberbia o, si lo prefieren, lo que Clive Lewis denominaba -en boca de un demonio, claro- "el más hermoso de los vicios": el orgullo espiritual. Traducido al mundo clerical: la sensación de ser un avanzado en el Ejército del Salvador, mientras el resto de los cristianos, con sotana o sin ella, son meros discentes que deben estar a sus órdenes. Naturalmente, cuando este orgullo se expande, el clérigo, o la clériga, tampoco obedecen a los otros clérigos situados por encima de ellos en el escalafón, hasta desobedecer y criticar a la cúpula misma de San Pedro. En este caso, el Papa Francisco. No es baladí que el Papa se autodenomine "siervo del siervo de Dios".
Siempre se ha dicho que "la virtud de un religioso o de un sacerdote no se mide por la pobreza, sino por la obediencia". Todos los problemas de la curia son uno solo: se llama soberbia. En eso consiste la reforma de la curia. El resto, las reformas de corte administrativo, poca importancia tienen en una estructura tan ácrata como la Iglesia.
Y ojo, la soberbia afecta también a los laicos en forma de desobediencia. Los cristianos no somos críticos, somos discípulos. Y como decía San Juan Crisóstomo: "Dios no necesita de nuestros trabajos sino de nuestra obediencia".
Eulogio López
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