El mes de mayo está consagrado a la Virgen. Y por ser el mes más florido del año, a los cultos celebrados en honor de Ella los llamamos Flores de Mayo, o Flores de María.
¡Oh lirio de los valles, azucena sin mancha, flor sin espinas, rosa mística! La Virgen no sólo es una flor, es un paraíso, un jardín en quien se recrea la Santísima Trinidad.
¿No veis cómo el tomillo pisado por los suelos llena de fragancia el ambiente? ¿No veis cómo da dulce miel a las abejas para sus panales? También la Virgen, mortificada en sus dolores, llena al mundo de fragancia y de dulzura. Aunque pueda sonar sensiblería, en este mes de las flores, tenemos que estar dispuestos a florecer y ofrecerle una flor a María en nuestra labor de cada día.
Hay muchos que no hemos perdido esa bonita tradición, seguimos en nuestros días en cada pueblo, en cada barrio, en muchos lugares, acudiendo millares de personas a visitar a María, nuestra Madre del cielo, que en sus miles de advocaciones, a cual más querida la veneran en cada lugar, para rezar el Rosario y ofrecerles también una flor en señal de cariño, como hacemos con nuestras madres de la tierra.
Acudamos con fe y confianza de niños pequeños en este mes de mayo a María y experimentaremos una vez más, que a pesar de nuestros olvidos, de nuestras incoherencias, de nuestros errores, obstinaciones y pecados, Ella busca y quiere nuestro supremo bien y felicidad, que tan sólo encontraremos en su divino Hijo Jesús. Si los católicos siguiéramos los consejos de esta Madre nos evitaríamos no pocos disgustos, tantas crisis familiares o profesionales se verían resueltas y saldríamos airosos, o al menos con serenidad, de los problemas diarios. Dejémonos querer todos por nuestra bendita Madre.
Carmen Ramírez