- Los consumidores llegan a pagar hasta 11,7 veces más por algunos productos respecto a lo que perciben los campesinos.
- El efecto es claro: el empobrecimiento progresivo de los agricultores.
- La renta agraria se ha reducido un 20% en los últimos veinte años.
- En julio de este año el consumidor ha pagado 5,5 veces más de media que lo que reciben los agricultores, y en el mismo mes de 2013, 3,9 veces más.
- Añade leña al fuego para comprender que el sector agrícola en España es cada vez más residual.
- Ahora, se dedican al campo sólo un 4,3% de la población. Nada que ver con Francia, claro.
El informe de julio del Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos (IPOD) revela datos escabrosos sobre el abismo de precios que separa el pago que recibe el sector agroalimentario con el precio que paga el consumidor final. El más llamativo es una subida del 1070% en la diferencia del precio de repollo. En este momento, el consumidor paga por cada ejemplar de esta hortaliza 11,7 veces más de lo que cobra el agricultor. Le siguen en esa peculiar 'lista negra' la berenjena, con una diferencia porcentual del 910% y la nectarina, con un 875%.
Según la tendencia que se observa en ese índice, elaborado por la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), está claro que los agricultores y ganaderos se llevan una parte cada vez más pequeña de los beneficios obtenidos por un producto alimentario. En otras palabras, los intermediarios se están enriqueciendo a costa del campesino, cada vez con menos margen de maniobra.
Mientras en julio de 2013, el consumidor pagaba 3,9 veces más de lo que percibía el agricultor o el ganadero de media, en el mismo mes de este año la diferencia es de 4,65 veces. En el caso del repollo, por ejemplo, el agricultor solo percibe 10 céntimos de cada kilogramo, vendido al consumidor por 1,17 euros.
Un reflejo de este empobrecimiento es la disminución, según COAG, de la renta agraria en un 20% durante los últimos veinte años, a pesar de que en 2013 repuntó el 7,7% debido a las buenas cosechas y a la estabilización de precios de la energía, semillas, fertilizantes y pienso.
El innegable ahogo para el campesino llega de los elevados costes de producción, que el año pasado suponían ya el 93% de la renta agraria, situándose en máximos históricos.
Esta progresiva reducción de las ganancias cuestiona sin paliativos la viabilidad del negocio para los campesinos. Las estadísticas de las últimas décadas lo confirman: en 1900, el 70% de la población activa se dedicaba al sector agrícola; en 1950, ésta constituía el 50%. En 2013, solo un 4,3%. En Francia, donde la situación no tiene nada ver, se tirarían de los pelos. No hay más que viajar a ese país para darse cuenta que el medio rural juega económicamente tanto como el sector industrial. ¡Y lo que nos cuesta a todos los europeos por la Política Agraria Común (PAC)!
Daniel Esparza
daniel@hispanidad.com