Hace 175 años, Tocqueville advirtió acerca del peligro de un nuevo despotismo, que deja en libertad al cuerpo y oprime al alma. A la vista de lo que estamos viviendo parece una profecía.
Este pensamiento parece haber calado en amplios sectores de nuestras sociedades posmodernas, da la sensación que las ideas han muerto, que no cuentan y que cada persona tiene las suyas. Pero las ideas no han muerto, tal y como demuestran la práctica y la teoría de algunos gobernantes. La lectura de ciertos pensadores del pasado puede arrojar luz sobre unos tiempos no tan novedosos como se pretende.
Uno de ellos es Alexis de Tocqueville, un aristócrata que, en el siglo XIX, intuyó el irresistible advenimiento de la democracia, algo que se habría producido aun cuando la Revolución Francesa no hubiera tenido lugar. Hace 175 años se publicó la primera parte de su gran obra, La democracia en América, mezcla de descripción de la realidad de Estados Unidos y de discurso sobre el porvenir de las sociedades occidentales. En ella no faltan las referencias a la religión que, para este autor, no era un estadio superado por el progreso, sino un rasgo distintivo de la naturaleza humana.
La pretensión de reducir la fe al ámbito privado equivale a rebajarla a un mero sentimiento, algo ajeno al mundo real, a arrinconarla a la dimensión de lo mágico e irracional, y no sería razonable mostrar la fe en el espacio público. Tocqueville, citado al comenzar, no habría estado conforme con este reduccionismo, pues no desligaba la religión de la vida práctica, a pesar de que llegó a confesar que no era un creyente, pues había perdido la fe en su adolescencia por medio de las lecturas de la biblioteca de su padre.
Sin embargo, nada de esto le impidió ser toda su vida un hombre de búsqueda, eterno navegante entre dudas e incertidumbres, al fin y al cabo razonables, porque lo fácil es caer en la postura del hombre que se encierra en sí mismo y pretende resolver de forma autónoma las dificultades. Ése es un tipo de persona que cree que todo es explicable en este mundo y que no existe nada más allá de su inteligencia. Relativismo, en una palabra.
Xus D Madrid