(San Juan 10, 11-18)
-Lo dice el Levítico: que no duerma ni una noche contigo el jornal del obrero.
Damián, don Damián, era un cura progresista, aunque todavía creía en Dios. El problema es que ya no hablaba con Cristo, primer síntoma de la patología de la ignorancia, también conocida como agnosticismo. Y si no rezas, poco tienes que ofrecer a las ovejas de tu rebaño. Por de pronto, no puedes ofrecer el consuelo del que tú mismo careces.
Uno de vuestros especímenes más significados, Agustín de Hipona, especialmente apreciado por nosotros, el colectivo angélico, lo había definido tiempo atrás: "A Dios hablamos cuando rezamos, a Dios escuchamos cuando leemos las Sagradas Escrituras". Sólo que el cura progresista del que os hablo ya había pasado al nivel de interpretación selectiva del Evangelio y demás textos sagrados. En plata: que ya sólo escuchaba aquello que le interesaba. De hecho, ya había convertido la buena nueva en una doctrina económica para solucionar las injusticias del mundo, una especie de vademécum de la justicia social. Los Ángeles vemos lo que había de tras de su 'piadosa' solicitud: la sospecha de todo aprendiz de ateo en que la palabra de Dios puede cambiar a la humanidad pero no es capaz de cambiar al hombre, de que constituye una fuerza contra las estructuras colectivas pero no contra la desesperanza individual.
Érase que se era que el bueno de don Damián había lanzado ese reproche a su amigo de la infancia, Carlos Martínez, un pequeño empresario que atravesaba un ligera "tensión de liquidez", en mitad de la más espantosa crisis económica sufrida por la modernidad. Lo malo de las pequeñas empresas es que el propietario contempla cada día el rostro de sus trabajadores. Y entonces ocurre que el banco no le adelanta el dinero para pagar las nóminas mientras los clientes le pagan con retraso, o sencillamente no le pagan.
Pero el cura Damián, como buen progre, se mostraba inclemente con aquel grupo de verdades que aún constituían su credo, cada vez más constreñido a lo que podríamos llamar 'la cuestión social'. Así que, ante la cabreadísima mirada de su amigo, añadió al Levítico la Carta del apóstol Santiago y redobló su ataque: "Mirad, el jornal de los obreros que han segado vuestros campos y que ha sido retenido por vosotros, clama contra vosotros; y el clamor de los segadores ha llegado a los oídos del Señor de los Ejércitos". Está claro que don Damián tenía más memoria que fe.
No conviene citar la soga en caso del ahorcado ni las obligaciones del empresario en casa de un patrón acosado por la penuria:
-Sí, querido cura –rebatió el aconsejado-: tengo la obligación de pagar las nóminas. El problema es que no se cómo, dado que los que tenían obligación de pagarme a mí, no lo hacen.
Pero don Damián ya estaba embalado:
-Claro, seguro que pretendes el despido libre –refuto don Damián, llevando la conversación personal al debate periodístico.
Lo cierto es que a Carlos no le interesaba el debate teórico sino su problema práctico pero, ya metidos en harina…
-Reverendísimo: si la contratación es libre, el despido también debería serlo, ¿no le parece?
-Claro, como tú eres el patrón, el amo, señor de vidas y haciendas…
Martínez se amoscó:
-Ni de vidas ni de haciendas, sólo de mi vida y de mi hacienda. Los empresarios, ¡oh pesadito cura protomoderno!, no somos demonios malvados que disfrutan despidiendo obreros. Sólo lo hacemos cuando no nos salen las cuentas. Y los teólogos sindicalistas como tú deberíais preocuparos, no sólo de recordarnos los deberes del empleador, sino también los del empleado.
-El Buen Pastor da la vida por sus ovejas.
-Cierto, no como el asalariado que, cuando viene el lobo huye porque es asalariado y no le importan las ovejas –respondió Carlos, devolviéndole el pescozón con la misma medicina… evangélica.
-Eso era una metáfora. Se refería a la vida espiritual, no a una empresa de transportes.
-¿Y lo del Buen Pastor no es una metáfora? Yo diría que esa parábola de Cristo se refiere, principalmente, a la solicitud con la que debéis regiros los pastores de almas, no los pagadores de nóminas.
Los pastores de almas progresistas fomentan el diálogo pero no cuando el diálogo sirve para cuestionarles a ellos: entonces se trata de un diálogo reaccionario.
-Como patrono, tienes una responsabilidad con tus trabajadores. Tus trabajadores sólo cuentan con su salario para salir adelante.
-Cierto, por eso me quita el sueño poder pagarles cada mes. Espero que a ti también te lo quite y estés dispuesto a dar tu vida por ellos, no sólo por su nómina.
Don Damián volvió a esquivar la cuestión:
-Hasta Juan Pablo II, un Papa de los que a ti te gustan, dejó claro que sobre la propiedad privada pesa una hipoteca social.
-No entiendo ese "hasta". Yo pensaba que los papas, todos ellos, también Juan Pablo II, eran tus papas, dado que tienes deber de obediencia a tus superiores. Pero eso no quita que la propiedad constituya la raíz de la libertad y la libertad, no lo olvides, es otro de los grandes dones de Dios al hombre.
-Tienes una mentalidad propia de la gran patronal. Cuando pagas el salario no estás haciendo caridad, sino justicia.
-Cierto, es un acto de justicia distributiva. Yo tengo el deber de pagar un salario justo, ellos el de cumplir con su obligación… y tú con la tuya.
-¿La mía?
-Claro, la de buen pastor, ese que sabe que no sólo de pan vive el hombre.
A don Damián no le gustó la lección seglar. Dio media vuelta y abandonó la escena sin despedirse. La clerecía modernista ha nacido para dar lecciones a los laicos, no para recibirlas. ¡Hasta ahí podríamos llegar! Y el problema de la hermenéutica evangélica quedó sin solución.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com