Queridos niños:
Todo empezó con la eximia mujer de ciencia, Ana Pastor, quien fuera ministra de Sanidad en uno de los Gobiernos de José María Aznar, a comienzos del siglo XXI. La humanidad, siempre ingrata, ha olvidado lo que esta gran mujer hizo por ella. Como el gran Descartes, comenzó un proceso que no podía prever cómo iba a terminar. Incluso algunos, queridos niños, afirmaba que no tenía ni "repajolera" idea.
Todo ocurrió un soleado 25 de julio de 2003, cuando el Gobierno de España aprobó la Ley de Reforma de la Fecundación ‘in vitro'. Allí comenzó una nueva era, porque el texto legal permitía la utilización de embriones humanos. Ahí comenzó la gran aventura. Luego vino otra mujer excepcional, Elena Salgado, sucesora de Pastor, quien, un lunes 24 de mayo de 2004, otra fecha que debéis recordar, queridos niños, terminó con los últimos vestigios del antiguo régimen y propuso que se pudieran utilizar los llamados bebés-medicina, esos embriones y fetos que guardamos en el "Internado" con tanto cariño, en los frigoríficos embrionales que nunca, nunca, debéis tocar sin permiso.
Y no debéis tocarlos, queridos niños, porque, como alguno de vosotros ya ha experimentado, esos pequeñines son muy útiles cuando uno de vosotros, por ejemplo, se rompe un brazo. Con ellos tenemos todo tipos de órganos de repuesto para utilizar cuando los necesitamos. Son extremadamente útiles y muy caros, así que nada de jugar al balón cerca de las crio-neveras.
Como decía, tras la espléndida labor de Ana Pastor y Elena Salgado, se permitió a los padres elegir los genes de un niño, función a la que se dio el bonito nombre de "Bebés a la carta". Así, esos embriones y fetos servirían como donantes para sus hermanos enfermos: ¿No es hermoso?
Claro que eso era al principio. Ahora todo ha cambiado, para mejor se entiende. En aquel entonces, se empleaban técnicas muy rudimentarias, y, como os diría, un poco malolientes. Con la fecundación asistida, descubrimos que las relaciones sexuales no eran realmente necesarias: escasa planificación, mucho riesgo y animalización de las relaciones humanas.
Por eso, ahora las relaciones sexuales son propias de los proletarios, personas con muy poca formación que aún se refocilan y revuelcan en las camas, que fornican y copulan como bestias y que dejan al azar el resultado. Así ocurre lo que ocurre. Sin embargo, las clases más cultas estamos muy alejados de tales prácticas.
Los adultos cultos, como vosotros seréis algún día, disponemos de "orgasmódromos", donde máquinas asépticas se encargan de proporcionarnos el correspondiente placer sexual totalmente ajeno a la reproducción y el mantenimiento de la raza. Sólo los proletarios se empeñan en unir ambos fenómenos y en mantener el caduco sistema de células tribales que denominan "familia". Pero sí, para que la barbarie no avance, se les prohíbe tener más de un retoño; si incumplen la norma, el Estado se verá obligado a esterilizarles, un fenómeno que se denomina circuncisión intensa, aunque desconozco el por qué de ese nombre.
Pero la gente culta no actuamos así. Los hijos se encargan y producen de forma racional. De los primeros "orgasmódromos" (al comienzo eran de tipo manual) ha ido surgiendo el banco de semen y de óvulos, de donde científicos muy preparados realizan las combinaciones más resistentes al clima que les va a tocar vivir, así como a las enfermedades que aún no se han conseguido eliminar. El objetivo final sería terminar con los sistemas sexuados e imponer la clonación, pero los resultados de la producción clónica no han sido los esperados, aunque el éxito se espera a cada instante. En cualquier caso, el sexo ha sido eliminado, salvo para las clases inferiores, para los proletarios, es decir, como su mismo nombre indica, para los que se empeñan en tener "prole".
El sexo, queridos niños, es repugnante, un intercedo de fluidos bastante malolientes, y la maternidad, un fenómeno repugnante que debe ser extirpado cuanto antes. Observad, si no, la higiene de nuestros internados (las llamadas granjas humanas) y la fealdad del submundo de los proletarios, tan parecidos a los animales inferiores, que, a veces, se confunden con ellos.
Y ahora niños, tengo que dejaros, porque sufro un ataque de tedio profundo y necesito ir al "orgasmódromo" y a la farmacia. Quizás a ambas cosas a la vez.
Eulogio López