Recientemente se ha celebrado el Día Internacional contra la Mutilación Genital Femenina. Todavía en Kenia, a los 14 años, se ejecuta la ablación.
Son un total de 140 millones de adolescentes, en todo el mundo, que son entregadas a la mutilación genital; la ablación del clítoris. Una de entre las 91 millones de africanas que padecen las secuelas de esa brutal tortura, afirma: no es algo que recuerdes, es que jamás lo olvidas.
Poco tiempo después del cruel tormento de la ablación, es rapada su testa para descubrir que ya se es una persona adulta, una mujer nueva. Ya se puede desposar pero, no libremente. Son bodas arregladas y ninguna adolescente puede cerrarse en banda.
Esta sanguinaria mutilación es una tradición de grupos étnicos, no de naciones. La ablación sirve para dominar la sexualidad de las doncellas y dominarlas. Se ha envuelto de una inventada mitología. En realidad está relacionada con el encadenamiento de la mujer, el ajuste de matrimonios obligatorios o el mercadeo dinerario.
Las mujeres son las guardianas de esta tradición ancestral, aseveran que esta tradición debe mantenerse de generación en generación. Sin embargo los varones son, en estos tiempos, los que reconocen la necesidad de suprimir la ablación, ya que una adolescente sin clítoris no siente placer.
La ablación no es un ritual sino un inhumano tormento. Entre las aterradoras secuelas están el miedo, la angustia y las graves hemorragias, que pueden provocar la muerte.
En Tanzania se promulgó una ley contra la mutilación genital de las mujeres. Por otra parte, una sanitaria ghanesa residente en el Reino Unido, resolvió alzar la palabra y llevó a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU esta sádica tribulación que padecen un 60% de las adolescentes africanas.
No combatir la ablación es la cobardía de los tiranos ya que, la violencia, no deja de tener un cierto parentesco con el miedo, afirma A. Graff.
Clemente Ferrer
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