Al parecer, el PP pretende expulsar al inmigrante residente sin trabajo. Muy cristiano, oiga usted.

Pues no. La política migratoria cristiana la han dejado clara tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI. El cristianismo sólo admite las fronteras abiertas y la acogida solidaria a quien huye de la violencia o de la opresión. Como mucho, el PP debiera haber postulado la expulsión -y aún así es discutible- del inmigrante que delinque. Ahí podemos estar de acuerdo.

Otra cosa es que al inmigrante se le obligue a respetar las características del país de acogida: su religión, sus costumbres y, claro está, sus leyes. No es el país de acogida quien tiene que adaptarse al inmigrante, sino al revés, dentro, por supuesto, del respeto común a una serie de libertades básicas.

Claro que para eso hay que contar con un país con un mínimo de patriotismo y un mínimo de identidad nacional. Pero eso no es culpa del inmigrante.

Eulogio López

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