El Papa Francisco habló ante el Parlamento europeo de Estrasburgo. Y lo hizo muy bien. Incluso los medios informativos han hecho un buen resumen, no manipulado, como suele ser habitual.
Aplaudieron sus alusiones a la necesidad de abrir Europa a los inmigrantes que huyen de la miseria o de la tiranía, habló contra el egoísmo -no de los políticos sino de todos-. También su petición de convertir a la persona en el centro de la política económica, así como la solicitud paralela de que Europa que no gire en torno a la economía sino a los valores, es decir, a las personas (ver discurso completo).
Pero el Papa no estaba decidido a dejarse secuestrar por la atmósfera imperante, y entonces comenzó con 'la cultura del descarte'. Ya está, pensaron sus señorías, ahora nos va a hablar de los pobres. Pero no, resultó que Francisco les habló de la cultura del descarte del niño por nacer, de los ancianos y de los enfermos terminales. Y por si no había quedado clara su condena al aborto, verdadera plaga de Occidente actual, habló del "asesinato" (así, asesinato) de los niños en el vientre de sus madres. Todo ello en una Europa envejecida, sin vitalidad, que debe recuperar "su alma buena".
Y ahí Podemos se plantó. Eso era inadmisible. Los de Pablito adujeron al final que estaba de acuerdo en lo económico con el Papa pero no en lo social. Un eufemismo chorra para demostrar que, aunque ellos no son ni de izquierdas ni de derechas, sí son aborteros. Y la verdad es que, ante la macedonia ideológica que hoy reina en Occidente, donde los conceptos de izquierdas y de derechas se confunden, la línea divisoria más clara es entre defensores de la vida y abortistas.
Una corrección: los medios no manipularon el mensaje de Francisco salvo en una excepción. Silenciaron el punto central de Francisco cuando habla de los orígenes cristianos de Europa. Este es el eje de la cuestión: que Europa no se entiende sin sus orígenes cristianos.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com