Ya lo decía María Antonia Macchiochi, para definir a Madonna: "una pobre chica americana estúpida". O como afirmaba Forges: "A los americanos, la licenciatura en Historia se la conceden en las tapas de yogur". La desconfianza de la vieja Europa hacia la inteligencia de ese país joven llamado Estados Unidos es proverbial. Y como todo tópico tiene parte de razón (todavía resulta mucho más cínico a aquello de "No lo duden: toda calumnia es cierta"). Para muchos, los estadounidenses actúan primero y piensan después. Lo suyo es el método empírico: si funcionan, no lo cambies, y si no funciona, ya nos daremos cuenta cuando acontezca el desastre. Pero pensar, especular (salvo en Wall Street), eso se les da peor.

Así que esto es como el viejo chiste, del astronauta estafador que se planta en El Vaticano y le comunica a los monseñores que él ha viajado por el espacio y no ha visto a Dios, así que si no le untan lo pregonará por los cinco continentes. Luego se marcha al Kremlin (este es un chiste de la Guerra Fría, no lo olviden) y les dice lo contrario: que en sus paseos por el espacio había visto a Dios (el coeficiente intelectual de los astronautas soviéticos siempre brilló a gran altura) y que ya le estaban ofreciendo rublos para no irse de la lengua. Repite la misma operación en Washington, y los maestros del capitalismo le advierten que les importa un bledo que haya visto o no al Padre Eterno. En la Casa Blanca esa cuestión no interesa. Entonces es cuando nuestro astuto astronauta intenta una última argucia:

-¿Pero es que es negro, saben?

Pues bien, el estafador me resulta mucho más simpático que el escritor norteamericano Dan Brown, que no es un pobre chico americano estúpido, por la sencilla razón de que hace tiempo que dejó atrás la condición de chico o muchacho. Lleva vendidos 30 millones de ejemplares de su libro "El código Da Vinci" y es de esperar que venda muchos más. Yo mismo he leído en mi juventud toneladas de tebeos de El Jabato y El Capitán Negro, cuyo veracidad histórica se sitúa varios puntos por encima del amigo Dan. En un alarde de originalidad, Brown (nada que ver con el Padre Brown de Chesterton, aquel cura detective que revocaba sentido común), dibuja a un Jesucristo que no es Dios, y que, lejos de mirar al Cielo, se enternecía en los muy terráqueos encantos de María Magdalena, con quien tiene un hijo.

Y esto es importante: la atracción que siente por MaríaMagdalena es hasta lógica. Para denigrar al Creador, nada mejor que emparejarlo con una prostituta, para poco después, divinizar a la prostituta y a su prole. Ya saben, el sexo, lo onírico, Freud, la sublimación del mete-saca... ustedes me entienden.

En otro alarde de originalidad, aparece el Opus Dei. Sí, ya sé que les resultará ferozmente innovador, pero los del Opus son muy malos, y no dudan en llegar al asesinato para mantener la gran impostura, el gran montaje, que es la Iglesia. Jodó, con el Opus.

Está obsesión por encontrar la "prueba definitiva" del radical fraude cristiano es cosa que obsesiona a todos los enemigos de la fé. Ya hemos hablado aquí de "El Cuerpo", la horrorosa película protagonizada por Antonio Banderas,y en la que una arqueóloga judía (observen la finísima imbricación feminista) encuentra el cadáver de Cristo. ¡Albricias y pan de Madagascar!: hemos descubierto el gran engaño. 

La verdad es que el artificio de "El Cuerpo" es mucho más original que la tontuna de "El Código Da Vinci". Como afirmaba recientemente el diario La Razón: "Por favor, que alguien le de a este hombre (a Brown) y a sus editores una clases básicas sobre la historia del Cristianismo, y un mapa...".

Por cierto, qué interesante resultaría que la Iglesia, o el Opus Dei, instruyera una querella criminal contra Brown. Resultaría apasionante porque judicializar las injurias es la única forma de defenderse contra la calumnia. ¿Qué se trata de una obra de ficción? ¿Y qué? ¿Acaso la ficción es menos pedagógica, o menos insultante, que el ensayo? ¿Quién dañó más a las novelas de caballerías? ¿Los sermones de los curas de la época, o el Quijote de Cervantes?

DanBrown es el nuevo ejemplo de ataque desesperado a la Iglesia. En pocos meses, quedará en nada, pero aún recuerdo el maremoto formado alrededor de los Manuscritos del Mar Muerto, con apologetas (por lo general norteamericanos) de la mala nueva que nos anunciaba la falsedad radical de la Biblia (y, por tanto, de los evangelios). Primero surgieron los 'best-seller', que convencieron a tantos de que, al fin, la prueba definitiva contra la fé había sido hallada en Qumran. Recuerden: si los evangelios fueran falsos, toda nuestra fé sería falsa, ¿comprenden? Todo acabó en 1991, cuando se levantó el velo del misterio y los manuscritos fueron enseñados a todos... para anunciar que ratificaban, punto por punto, los textos bíblicos. Pero la posible falsedad ocupó páginas enteras, mientras la refutación de la misma pasó casi inadvertida. Los enemigos de la Iglesia cambiaron de arma: Dan Brown, por ejemplo. Y en el entretanto, miles de personas se formaron en las estupideces de los autores de 'best-sellers', y aún mantienen una idea tan nebulosa como grabada a fuego: todo lo que dicen los curas es falso.

A fin de cuentas, la veracidad del mensaje cristiano y el carácter divino de la Iglesia siempre se han dejado ver en dos pruebas concluyentes: la miseria de los portavoces y ministros cristianos, que atestiguan de forma inequívoca que Dios está detrás para que el edifico no se derrumbe, y el odio que los enemigos sienten por el Cristianismo. Un odio que no se siente, ni en Oriente ni en Occidente, hacia ninguna otra religión. 

El "Código Da Vinci" es como el chiste del astronauta, sólo que tiene menos gracias. Y Dan Brown es como un 'trilero' de la intelectualidad moderna. Por el momento, son muchos los que buscan el garbanzo y muchos los que que se quedan sin recursos intelectuales ni críticos. Los más listos, porque desean tanto que las tontunas de Da Vinci o de los guionistas de Antonio Banderas sean ciertas que prefieren no profundizar en la materia.Eulogio López