Un chiquillo empezó jugando con una pelotita en las inmediaciones de una casa. Era un crío mal educado y bravucón.
Acostumbrado a hacer fechorías: robaba peras del huerto del vecino y después hacia pis en su puerta y etc. Ahora tiene un balón de reglamento con el que se divierte haciendo estragos.
Con toda desfachatez, cada día ocupa mas espacio y es más gamberro y provocador. Sus constantes tropelías han motivado la protesta del inquilino de la casa para poner límite a la chulería con que actúa el chaval de las pelotas. Ante esta justificada protesta interviene el padre de la criatura, pero no para decirle, como seria lógico y normal: "muchacho, eso no se hace", sino para mandar, armados hasta los dientes, algunos gigantes como el HMS Illustrious o el HMS Westminster acompañados de otros colegas, también de fiero aspecto, para realizar unos ejercicios que consisten en merodear por los alrededores del huerto, no para jugar a las canicas precisamente.
Ante este panorama, Peñón, que así se llama el muchacho, no se acongoja en absoluto, más bien se troncha de risa, tanto, que apenas puede contener las ganas de orinar, y se va corriendo a excretar chapapote en la puerta del vecino.
José Murillo