Rocío Monasterio y Pablo Iglesias, candidatos de Vox y Podemos a la Comunidad de Madrid
Ocurrió el lunes de Pascua, un día marcado por la ‘extraña’ encuesta del CIS, sobre las próximas elecciones madrileñas del 4 de mayo. Pablo Iglesias Turrión está rabioso, porque si no consigue ser presidente de la Comunidad de Madrid, que es su objetivo, y si no reverdece su apagado Podemos madrileño tendrá que volver a la casilla de salida, al 15-M, es decir, a la calle. Y en la calle hace frío y la política asamblearia no es para quien lleva años en coche oficial y con escolta… y con un engrosado patrimonio. No le hace feliz.
Y así, cuando el Lunes de Pascua presentaba el programa educativo de Podemos, don Pablo confundió las churras con las merinas y la gimnasia con la magnesia y soltó la pastelada: “no se puede hacer objeción de conciencia a la democracia”. Como diría Martes y 13 (Millán Salcedo y Josema Yuste, para los muy jóvenes): ¡Prrrrrr…! ¡Prrrrrrr…!
La batalla de Madrid descubre la macedonia ideológica del líder podemita: sin conciencia libre no hay democracia, ni la mayoría puede imponer la moral
Con ello, creo, el insigne intelectual quería decir que los padres no tienen derecho a impedir que a sus hijos menores les laven el cerebro en el colegio con la ideología de género, como aquella que llevó a una niña madrileña de cinco años a volver a su casa del cole y preguntar a su madre:
-Mamá, ¿yo soy niño o niña?
Eso es, según el científico Iglesias, hacer objeción de conciencia a la democracia.
No contento con ello, el neocomunista calificó como “ultraderechistas” –tal cual- a los padres que se niegan que a sus hijos menores se les corrompa en el cole con la ideología de género. Por cierto, impuesta con la fuerza del BOE.
Ya hemos dicho que la internacional progre, el Nuevo Orden Mundial (NOM), tiene por objeto principal el de terminar con la objeción de conciencia.
El neocomunista califica como “ultraderechistas” a los padres que no quieren que a sus hijos menores se les corrompa en el cole con la ideología de género
La batalla de Madrid descubre esa incontenible macedonia ideológica del líder podemita. Porque sin conciencia libre no hay democracia, ni la mayoría puede imponer la moral. Ejemplo: Pablo Iglesias no debe ser lapidado… aunque, muy democráticamente, la mitad más uno de los españoles lo apruebe. Sí, su derecho al vida –y ya hablamos de moral, es más importante que la decisión mayoritaria, democrática, de lapidarle. Sí, incluso en el caso de Pablo Iglesias.
Pero, al mismo tiempo, es cierto que la candidata de Vox, Rocío Monasterio, debe abandonar su excesiva finura expositiva por una mayor claridad de fondo: que se manche las manos.
Vox está varado en Madrid porque su líder no habla claro y precisamente el éxito de Ayuso consiste en hablar claro… y en poco más que eso.
Verbigracia, educación: Monasterio debería estar defendiendo, no ya el PIN parental, sino el cheque escolar, la verdadera libertad de enseñanza, y Madrid sería el mejor modelo para el cambio hacia ese nuevo escenario del bono escolar, pieza clave, a su vez, de la libertad de conciencia.
Una democracia sin conciencia moral siempre acaba en la legitimación del homicidio
De la misma forma que Madrid debe ser el modelo para frenar el guerracivilismo latente en toda la política española, así como la cristofobia, ésta no latente, explícita, que es la marca de fábrica del Gobierno de coalición entre PSOE y Podemos.
Por las mismas, Madrid debe ser el inicio de una defensa de la propiedad privada clave para un liberalismo económico bien entendido. Y todo ello englobado, precisamente en la pastelada de Pablo Iglesias, sólo que a la contra: la conciencia libre, inspirada en la ley natural, en la recta moral, que es lo que debe marcar la labor pública… en una democracia más que en cualquier otro régimen. Porque una democracia sin conciencia moral siempre acaba en la legitimación del homicidio y porque sin derecho a la objeción de conciencia no hay democracia.
De todo esto tendría que hablar Rocío Monasterio y dejar de repetir eso de que ella se preocupa de los problemas reales de los ciudadanos. Eso es algo que no se dice, se demuestra.