Decíamos anteayer que la batalla final, que no es otra que la batalla por la Eucaristía, es decir, por evitar la supresión de la Eucaristía, ya ha comenzado. Y digo hoy que estamos en una etapa fin de ciclo, a la que llamamos era moderna. Pero no lo miremos con perspectiva periodística sino histórica, porque esta etapa fin de ciclo ya tiene un siglo de historia, cuando menos.

Gilbert Chesterton murió en 1938. En su lecho de muerte, pronunció una frase que su esposa, Frances Blogg -sólo le sobreviviría dos años- y su prohijada y principal colaboradora, Dorothy Collins, recordarían para la posteridad:

-Ahora todo está claro entre la luz y la oscuridad y cada cual debe elegir.

Fue como su testamento filosófico. El hombre que se había pasado la vida en debate permanente (“lo que más le agrada al señor Chesterton es montar un buen escándalo”, aseguraba uno de sus detractores) nos reconocía que todo estaba dicho y que ahora era el momento de actuar.

El jovial periodista inglés no hacía otra cosa que rememorar la frase de Cristo:

“El que no está conmigo está contra mí y el que no recoge conmigo desparrama (LC 11,23)”.

Esto es lo que caracteriza al siglo XXI: el tiempo se acaba y el hombre actual no puede alegar ignorancia

A fin de cuentas, la modernidad no ha sido más que un diletantismo. Una era esnob donde lo importante era no significarse y aparentar un espléndido desinterés por todo y por todos.

Pues eso se acabó. Ahora se nos obliga a elegir: o con Cristo o contra Cristo. 

El coronavirus ha acentuado, más si cabe, esta sensación de que sobran las palabras y de que hay que pasar a ejercer la libertad.

En esta batalla final, las abstenciones son negaciones: o conmigo o contra mí, dijo Dios. Esto es lo que caracteriza al siglo XXI: el tiempo se acaba y el hombre actual no puede alegar ignorancia.