Con la excusa del coronavirus, estamos llegando a la batalla final, que no es otra cosa que la supresión de la Eucaristía y, a la postre, la sustitución del Santo Sacrificio por la adoración de la Bestia. Al parecer, el demonio anda suelto.

Obispos: no basta con discrepar, hay que desobedecer… aunque acabemos todos en la cárcel

El panorama se enrarece por momentos. Veamos: ya hay misas prohibidas en la católica Francia. Y en la muy católica Irlanda peor, porque allí, al igual que en Gales, los sacerdotes que se atrevan a oficiar el Eucaristía pueden acabar en prisión.

A esto, unan que en casi toda Argentina siguen sin celebrarse misas presenciales, eucaristías que han estado prohibidas en Perú -se supone que hasta el 1 de noviembre- y que en México fueron sencillamente prohibidas como en su momento lo fueron en la también católica Italia.

“Esta Iglesia no se cierra si no es por encima de mi cadáver”, dijo un párroco valiente. No les extrañe que se convierta en realidad

La Iglesia vive de Eucaristía, el mundo también, aunque no lo sepa, y en uno y otro caso, la supresión de la Eucaristía precede a la adoración de la Bestia, que significa… justamente eso que están ustedes pensando.

En España, ya hemos llegado -en marzo- a la supresión de las eucaristías públicas, aunque un grupo de párrocos valientes siguieron celebrando eucaristías semiclandestinas.

Siete días atrás, uno de estos párrocos valientes clamaba a voz en grito: “Esta iglesia no se cierra si no es por encima de mi cadáver”.

Y ojo, porque los pasos son dos: primero supresión de la Eucaristía, luego adoración de la Bestia

Ante este panorama no caben medias tintas: es blanco o negro. Obispos: no basta con protestar, hay que desobedecer… aunque acabemos todos en la cárcel o cadáveres.  

Ha llegado el momento de tomar partido. Y recuerden: la Eucaristía no se negocia, se defiende con la vida.