Un ejecutivo a punto de convertirse en socio de una gran empresa recibe el “regalo envenenado” de mediar en el secuestro del ingeniero de una petrolera americana, en África. El incidente está poniendo en peligro la firma de un contrato millonario. Lo que allí descubrirá romperá todos sus esquemas.

Desde hace un tiempo los nuevos directores españoles están apostando por películas de género, alejadas del guerracivilismo. Esteban Crespo ingresa en esa lista después de una brillante carrera como director de cortometrajes, gracias a la cual incluso llegó a estar nominado al Oscar, en el año 2014, con Aquel no era yo. En Black Beach opta por un thriller donde radiografía los interminables problemas del continente africano debido a intereses económicos y políticos.

Siguiendo un poco la estela de La intérprete, el excelente thriller del  americano Sidney Pollack,  los intereses económicos mueven los hilos de un Primer Mundo, al que poco le importan los países africanos, y quienes los gobiernan, con tal de obtener un balance positivo en sus cuentas.

Como era de prever para quienes conocen el trabajo de Esteban Crespo, en donde se mueve muy bien es en el rodaje de las escenas de acción, donde nada tiene que envidiar a las producciones americanas de esta índole aunque cuenta con un presupuesto menor. En cuanto al guión, contiene momentos de gran fuerza pero hay tantos personajes y, sobre todo, tantas subtramas (algunas innecesarias y políticamente correctas) que en algunos momentos se traduce en que sea demasiado confuso su desarrollo, no quedando claro quiénes son algunos personajes que desfilan por la pantalla.  

Los que están bien definidos y mejor interpretados son los personajes principales encarnados por dos solventes actores españoles: Raúl Arévalo (Tarde para la ira) y Candela Peña (Princesas, La boda de Rosa). Ambos, y el resto del reparto, se tuvieron que adaptar a las exigencias de un rodaje que transcurrió  a lo largo de ocho semanas en diferentes localizaciones de Ghana, Las Palmas de Gran Canaria, Bruselas, Toledo y Madrid.

 Todo para retratar un continente donde la vida humana sigue teniendo poco valor, sobre todo si se trata de ciudadanos negros, y donde la pobreza campa a sus anchas.

 Muy interesante la crítica a Naciones Unidas, pocas veces reflejada en el cine, con intereses espurios sobre el continente africano.