Bankinter, Sabadell y Caixabank, por ese orden, han presentado ya sus resultados anuales del ejercicio 2021, y lo han hecho en tono triunfalista. Es cierto que el beneficio de los tres ha superado con creces el nefasto 2020, pero estamos hablando del peor año de la banca española desde la crisis financiera. En otras palabras, decir que 2021 ha sido bueno porque ha mejorado a 2020 no refleja la realidad del sector bancario.

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Lo cierto es que los márgenes, especialmente el de intereses, continúan de capa caída a la espera de que el BCE suba, por fin, los tipos, algo que podría suceder en 2023. De momento, para mantener el negocio, las entidades están tirando de comisiones, que crecieron significativamente durante el ejercicio. Pero las comisiones tienen un límite, como lo tiene la reducción de costes, otro de los pilares que ha sustentado las cuentas de resultados durante los últimos años.

Reducir la plantilla sale caro en el momento de hacerlo aunque luego, es cierto, alivia la cuenta. Lo peor, sin embargo, es que se deteriora el servicio, por mucho impulso que adquiera la digitalización. Una muestra es la campaña “soy mayor, pero no idiota”, que va camino del medio millón de adhesiones.

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Apenas hay margen y de un tiempo a esta parte las entidades han dejado de echar mano del ROF (resultado por operaciones financieras) para salvar la cara. Recuerden como, en su momento, quien más quien menos se dedicó a intermediar con el BCE, principalmente con deuda pública, para alegrar su cuenta de pérdidas y ganancias. Eso hasta que el propio BCE cambió las normas y comenzó a penalizarlo.

¿Qué nos queda? La liberación de provisiones, que en 2020 alcanzaron niveles récord y se comieron gran parte de los ya debilitados beneficios bancarios. Pero solo son apuntes contables que quedan muy bien sobre el papel, pero nada más. No implican que el negocio haya mejorado.

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Veremos qué hacen Santander y BBVA, aunque los resultados de los nueve primeros meses no auguran nada distinto a lo comentado. Lo más probable es que sean un espejismo, como lo han sido los de Bankinter, Sabadell y Caixabank.

La banca española está aquejada del síndrome Calviño: cuanto peor me va, mejor digo que voy.