El suceso ocurrió cuando Eduardo Zaplana presidía la Comunidad Autónoma de Valencia. El director de El Mundo, Pedro J. Ramírez (en la imagen), le insistió reiteradamente para que participara en un concurso de pádel en su finca de Mallorca (sí, la de la piscina). Zaplana le dijo que no podía viajar a la isla, pues tenía una sesión de control en el Parlamento valenciano.

Pero tanto insistió el periodista que, al final, Zaplana, por no quedar mal con tan importante elemento de la vida nacional, accedió y cogió un vuelo para Mallorca. Se celebró el torneo, no computable a efectos federativos y, de vuelta a la península, camino del aeropuerto, en el coche de Pedro José, viajan el periodista y el político.

De pronto, el primero coge el teléfono y anuncia a un subordinado ubicado en Madrid:

-Fulanito, escribe este "Abajo" (un suspenso, vaya) a Eduardo Zaplana por no comparecer en el Parlamento autonómico e irse a una reunión privada.

El entonces presidente, luego ministro de Aznar, no salía de su asombro:

-Pero Pedro, que has sido tú quien se ha empeñado en que viniera.

-Eso no importa -corrigió el prócer de las letras-: en mi periódico se distingue lo personal de lo político.

El PP repartió 22 millones en sobresueldos desde 1999. Es la portada de El Mundo correspondiente al miércoles 19 de junio. Lo que me obliga a algo que atenta contra mis más sagrados principios, uno de los cuales consiste en que al acomplejado Partido Popular hay que arrearle sin misericordia una y otra vez. No importa que no sepas por qué, ellos sí lo saben.

Oiga, estamos hablando de 15 años de sobresueldos, en un partido con cerca de un millón de afiliados (¿Existe un millón de ingenuos en España Al parecer sí). Un aparato lamentablemente enorme, como el de todo el resto de partidos subvencionados, que tapona el acceso a nuevas fuerzas políticas que podrían renovar el escenario institucional español (que falta nos hace). Ahora bien, pagar 22 millones sobresueldos, cifra donde, al parecer, se incluyen los salarios por trabajar en el PP, a tanto cargo como ha pasado por la acomplejada formación. Hombre, pues, sinceramente, no me parece mucho.

¿Que no lo declararon a Hacienda Persígase a los defraudadores. ¿Que el partido pagaba en negro Persígase a la Agencia Tributaria y, sobre todo, el Tribunal de Cuentas, que no sería mal tribunal, aunque sea nombrado por los políticos, si trabajara con menos retardo. Pero hablamos de un periodo que se alarga hacia atrás, hasta el siglo XX, y el Tribunal de Cuentas no habría dejado pasar un fraude generalizado de grandes proporciones.

Persigamos la corrupción pero no demos rienda suelta a nuestro cainismo ancestral, ni exageremos la corrupción habida, que ya es excesiva. Que el señor Bárcenas haya acumulado una fortuna, él solito, muy superior a esos 22 millones repartidos entre centenares de altos cargos del PP durante 15 años, ya da una pista de cuándo se exagera y cuándo no.

España es un país cainita, como bien reflejó el comisario de la Marca España ayer, desde Santander. Pero, caramba, no nos volvamos locos. Nos conviene un poco de sosiego y menos mala leche, porque, si bien es cierto que hay que acabar con la corrupción, no me sirve que la lucha contra esa corrupción sólo se utilice para que unos partidos, presuntamente corruptos, castiguen a otros partidos, presuntamente corruptos, simplemente para ganar ventaja electoral o para vender más periódicos.

Eso sí, sin tocar el establecimiento político: un oligopolio de grandes formaciones con demasiado poder y demasiados presupuestos extraídos de los impuestos. Qué raro lo poco que últimamente se habla de las barreras de entrada al sistema, multiplicadas durante las últimas convocatorias electorales para asfixiar a los partidos 'friqui', o sea, a los renovadores.

Toda esta iconoclasia en la que nos hemos metido me suena a manipulación. El Mundo no se ha vuelto iconoclasta, porque su director y hacedor principal, Pedro J. Ramírez, vive de destruir imágenes públicas, famas y haciendas, desde el momento mismo en que nació. Pero es que me temo que los medios progres de derechas acusan a los partidos de izquierda con la misma ferocidad que los medios progres de izquierdas acusan al PP. No por amor al juego limpio sino por razones espurias.

Para mí que falta cierta rectitud de intención y sobra mucha exageración. Luchar contra la corrupción política está bien; utilizar la corrupción política contra el compatriota está mal. Sólo eso.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com