Uruguay se convirtió ayer en el undécimo país del mundo en aprobar la eutanasia.
La ley ha sido promovida por el partido gobernante, Frente Amplio (izquierdista), el del actual presidente Yamandú Orsi. Tras su primera aprobación en el Congreso el pasado 13 de agosto, (por 64 votos a favor y 29 en contra) faltaba su tramitación en el Senado, donde ayer fue aprobada con 20 votos a favor del total de 31 senadores.
Frente Amplio aportó sus 17 senadores, a los que se sumaron tres senadores más: Ope Pasquet y Heber Duque, del Partido Colorado, también de izquierdas; y la senadora Graciela Bianchi, del Partido Nacional (de corte liberal).
La nueva legislación permite la eutanasia a personas mayores de edad -no se permite la eutanasia en menores, por el momento- en plena forma mental “que padezcan una o más patologías o condiciones de salud crónicas, incurables e irreversibles que menoscaben gravemente su calidad de vida, causándole sufrimientos que le resulten insoportables”. Dos profesionales de la salud deberán avalarla.
Frente este proyecto contra la vida, la Iglesia católica ya había advirtido de su carácter perverso y de sus nefastas consecuencias. Los obispos uruguayos han publicado mensajes en los que recuerdan que "la dignidad de cada persona es un don absoluto, inalienable, que no se pierde jamás”.
“Para Dios, cada vida es infinitamente amada y digna de todo nuestro cuidado”. “Nuestra sociedad debe acoger, proteger y acompañar a cada persona hasta el final de su vida terrena”, prosiguen los prelados uruguayos. "Todos tenemos derecho a ser cuidados y atendidos. Jesús nos enseñó a no dejar a nadie tirado al costado del camino”. También apostaron con un “rotundo sí a la medicina paliativa: cuidar, aliviar y consolar con amor y profesionalismo”. Y subrayaron un “firme no a la eutanasia”; ya que “causar la muerte de un enfermo es éticamente inaceptable”.
Además, la Iglesia católica, la iglesia Ortodoxa, las iglesias Evangélicas y Protestantes, la Comunidad Judía y la Comunidad Musulmana difundieron una declaración conjunta en la que rechazan la eutanasia, ya que «la vida humana es sagrada e inviolable en todas sus etapas» y, en consecuencia, «cualquier intento para legalizar la eutanasia vulnera derechos humanos esenciales y contradice la tradición judeocristiana, así como los valores éticos compartidos por nuestras creencias. No somos dueños de la vida; somos custodios de un don sagrado que debe ser protegido hasta su fin natural».
“Llamamos a los legisladores a adoptar una ley integral de cuidados paliativos que garantice los elementos esenciales descritos, sin confundirlos con la eutanasia, usando adecuadamente los recursos materiales y humanos de que dispone el Estado para ello, dando así cumplimiento a la garantía constitucional del Artículo 19, número 9 de la Constitución de la República de Chile que establece: 'el Estado garantiza la seguridad social y la salud, y la protección de la vida y la integridad física y moral de las personas’”, añaden.
En cualquier caso, insistimos: La eutanasia y el suicidio asistido suponen traspasar la frontera ética de que la vida es sagrada y ni uno mismo y ni mucho menos un tercero puede disponer de ella. Esa frontera ética está en la conciencia de todas las personas del mundo. Y por eso forma parte de la ley natural: respetar la vida humana en todas sus etapas, desde la concepción a la muerte natural.
Y esa frontera ética debería estar reconocida por las leyes: como el ‘no’ a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio. Es decir, es la misma razón por la que hay que oponerse también a la pena de muerte, al asesinato o al homicidio: no con un argumento religioso, sino meramente humano y racional.
En los países donde la eutanasia se ha legalizado está ocurriendo que se empieza permitiéndola sólo en casos excepcionales y por voluntad propia, pero se termina aplicándola sin restricciones, a cualquier persona e incluso en contra de su voluntad, y de manera especial a los más débiles y vulnerables: enfermos mentales, ancianos, discapacitados sobre todo intelectuales..., que no pueden defenderse ante la decisión de otros -el Estado, un médico, los jueces, los políticos, sus familiares- sobre sus vidas.
Se trata de un plano inclinado o pendiente deslizante muy difícil de parar que provoca que la vida no tenga ningún valor, especialmente la de los más débiles y vulnerables, y que sea a ellos a quienes se termine aplicando al eutanasia incluso sin su consentimiento.
Cabe recordar las palabras del difunto Papa Francisco sobre la eutanasia: "Es un fracaso del amor, un reflejo de una ‘cultura del descarte". Por contra, los cuidados paliativos “afirman la dignidad fundamental e inviolable de cada persona, especialmente de los moribundos, y ayudándolos a aceptar el momento inevitable, de paso de esta vida a la vida eterna”, explicó el Santo Padre.













