El resentimiento se cura con ironía. Bueno y con mucha Gracia de Dios
Ocurrió en Jerusalén, justo con el cambio de siglo. El entonces prefecto de la Sagrada Congregación para la doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, pronunciaba una conferencia en la primera ciudad del mundo. Alocución brillante sobre el mal en el mundo actual, en algo similar a la que ya como Papa pronunciara en el campo de exterminio nazi de Auschwitz, en Polonia. Un análisis de la pregunta eterna que atormenta a tantos: ¿por qué Dios permite el mal en el mundo?
La respuesta a la pregunta paralela, la respuesta a la pregunta de si Dios existe por qué permite el mal en el mundo y el sufrimiento de los inocentes, es la de siempre: Dios ha creado hombres libres. No quería que le amaran robots. Pero la libertad conlleva riesgos, por naturaleza. No siempre el hombre elige el bien.
Pero cada generación sigue haciendo la misma pregunta.
Nuestra era amamanta la pasión más venenosa de todas: el resentimiento. El mundo político constituye un buen ejemplo de ello
A lo que estamos, Fernanda, que se nos va la tarde. Escuchaba yo la precitada conferencia del futuro Papa Benedicto XVI cuando un anciano judío, sentado a mi lado, adosado a unas luengas barbas y quien ya se había dado cuenta de mi nacionalidad, se volvió hacia mí en correctísimo castellano y me amonestó: ¿Por qué le aplaude? Yo no puedo aplaudir a un alemán.
Lo que me recordó el viejo chiste español sobre los alemanes:
-Oiga, ¿usted es alemán?
-Sí, pego yo seg alemán de Alemania, no alemán de miegda.
Es curioso que en la generación actual, la más ignorante acerca de su historia -y no se crean, ya antes del Sanchismo-, que no conoce ni su pasado reciente -muchos españoles, también adultos, desconocen la historia de la II República o del Franquismo- mantenga, no obstante, los viejos rencores paralizantes. En ocasiones, incluso, siguiendo las pautas de la ignorancia y la técnica del virtuoso del resentimiento, aquel que guarda rencor incluso por ofensas que nunca se produjeron, que jamás se le han inferido.
El caso es que aquel venerable anciano hebreo no podía aplaudir las palabras de perdón y de concordia de un brillante Ratzinger... porque Ratzinger era alemán y los alemanes son los autores del nazismo antisemita: ¡Odio eterno a los alemanes! Y reparen en que Ursula von der Leyen aún no había nacido cuando lo de Hitler.
Cuando hablamos de la profunda crisis moral de nuestro tiempo -¿acaso hay alguien que piense que el mundo marcha bien?- hablamos de muchas cosas pero hay una ineludible, que siempre está ahí: el rencor, la pasión más venenosa y duradera de todas, la máscara misma del orgullo original. A su lado, la ira, la envidia o la lujuria son menudencias.
El resentido virtuoso es aquel que guarda resentimiento incluso sobre ofensas que jamás se le infirieron: examínese
Vivimos en un mundo de resentidos, incapaces de perdonar salvo en esas ocasiones. Pero sobre todo, insisto, es un mundo de lerdos, virtuosos del resentimiento, que mascullan venganzas incluso por ofensas no inferidas, o inferidas a terceros, o antiquísimas, o manipuladas.... o simplemente inventadas. Todo ello adobado con una susceptibilidad enfermiza, con una suspicacia por todo y por todos que hacen imposible hasta la conversación.
Y todo esto es maldad pero también algo de estupidez. Claro que esa es otra; la maldad casi siempre acaba en estupidez. Lo más cómico de todo esto es que abandonar la prisión del rencor, que en principio parece imposible... tampoco es tan difícil.
El resentimiento se cura con ironía. Bueno y con mucha Gracia de Dios.