
Año 2025 de la era cristiana, con un mundo controlado por el Príncipe de este Mundo, un mundo que ya no es joven, envejecido por profundas estrías de crueldad y de miseria, se hacen realidad, las palabras de Cristo (Lc 12, 49-53) cuando sube a Jerusalén para ser crucificado. Y se hacen realidad, al menos, en dos advertencias: Fuego he venido a traer a la tierra -en época de incendios veraniegos, esta imagen cobra inusitada fuerza-. "He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!".
Más una segunda idea, que es la que ahora me interesa: "¿Pensáis que venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra".
Como el príncipe de este mundo manda ahora más que nunca en este mundo, resulta que los enemigos del hombre son los de su propia casa, que también son ganas de incordiar. En traducción libre y poco rigurosa: que el enemigo del católico, por si no lo tuviera fuera, está ahora en su propio hogar. Es como cuando los parientes de la Virgen María y de Cristo querían devolverle a casa porque, como hablaba de Dios, se creían que había enloquecido, prescindiendo del pequeño detalle de que era Dios y lo mostraba con sus milagros.
Así que, católico, cuando te imagines tu batalla -y en este siglo si no estás en guerra es porque eres tibio- piensa en que ya estabas advertido. Tus enemigos son los próximos.
No son tiempos modernos, son tiempos molestos para el católico: el enemigo está en tu propia casa, es el que convive contigo y el que se escandaliza de ti. Es más, como amas a Cristo te convertirás en un extraño entre los tuyos. Lo dicho, tiempos molestos... pero conste que estamos advertidos desde hace 21 siglos.









