La obsesión por la Agenda 2030 y la descarbonización de la economía también ha llegado lamentablemente a España. A falta de datos fiables, por parte de la administración, se calcula que entre 2012 y 2022 más de 24.000 hectáreas, de olivares, fundamentalmente, han sido arrancados para la instalación de placas solares y la producción de energía renovable. A ello se suma una estimación que cifra entre 100.000 y 500.000 olivos afectados por  proyectos actuales en marcha. La tendencia es creciente  por las mayores perspectivas de demanda eléctrica y la negativa a las centrales nucleares a pesar del apagón histórico.

Si a ese alarmante dato de deforestación olivar añadimos la superficie calcinada como consecuencias de los incendios, entre 2022 y 2024 se han perdido 450.000 hectáreas de bosques y zonas arboladas. O dicho de otro modo, en menos de un siglo aproximadamente 8 millones de hectáreas desde los registros de 1968 se han visto pastos del fuego en el conjunto del  territorio nacional como consecuencia de los incendios, no pocos provocados por acción del hombre. 

En la actualidad, aunque estén más “controlados” los incendios forestales con los efectos nocivos para el ecosistema, ha irrumpido la moda de arrancar especies arbóreas en zonas rurales para la producción de energía solar.

Así es como tenemos comunidades gobernadas tanto por el PP como por el PSOE adjudicatarias de tales ecocidios como son Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha, Valencia e incluso la provincia de Madrid por la concentración de proyectos fotovoltaicos al tiempo que aniquila miles de ejemplares de olivos, tierras destinadas para las cosechas de cereales y girasoles así como otros cultivos de secano  que dan de comer a los urbanitas  y contribuyen a la estabilización de CO2 en la atmósfera. 

Se conoce que al igual que ya hacemos importando verdura, fruta y aceite de oliva del Magreb en perjuicio de la “huerta española de Europa” , estamos masacrando el campo,  impidiendo además con tantas placas que paste el rebaño y vaciando aún más la España despoblada. 

Al final, la extinción de los españoles no sólo viene por la baja natalidad, la invasión sin control de migrantes y la aniquilación del sector primario, sino también por la desertización galopante del suelo y la destrucción del ecosistema natural que nos mantiene con vida en esta parte del planeta. La supresión de más de 200 presas hidráulicas en España en tiempos de Sánchez es otro denominador común de la sensibilidad ecológica de nuestros gobernantes. Luego nos llevamos las manos a la cabeza por las víctimas de  las danas, incendios, huracanes y tsunamis cuando son  resultado de nuestra propia cosecha.

Se calcula que para cubrir la demanda energética de España con energía solar, se necesitarían hoy en día unas 500.000 hectáreas de paneles solares. Las previsiones del ministerio del ramo es que en nuestro país la demanda de energía eléctrica  alcance una demanda eléctrica de casi 355 TWh. en el 2030, lo que supone  aumento del 40% respecto al 2019

Teniendo en cuenta que España dispone de casi 3 millones de hectáreas de olivares y los apagones cuestionan la producción eléctrica a base de las  renovables,  debería alarmarnos si se multiplica la plantación de tantos parques fotovoltaicos en sustitución del olivar autóctono para atender la demanda futura de consumo energético.

La maldad radica en las frías cifras: para  producir 1 GW de energía eléctrica equivalente a una central nuclear que apenas ocupa espacio, se precisan hasta unas 3.000 hectáreas llenas de placas solares en pleno campo. Hay que recordar a este respeto que la UE calificó la energía nuclear como "energía verde" o "sostenible"  incluyéndola en su Taxonomía Verde. A pesar de eso el Gobierno español se mantiene en sus trece de cerrar las nucleares en contra de criterio extendido en Europa y apostar por lo que aparentemente provocó el gran apagón: las renovables, del que nadie aún se siente responsable.

Así en la euforia por arrancar olivos aún a costa de desertizar más el suelo, prima como siempre el cortoplacismo en España de sus dirigentes: el dinero rápido a cambio de arrasar el campo como en la Amazonia, por un supuesto proyecto renovable pero que degrada  el medio ambiente y el ecosistema. ¿No tendría más sentido el emplazamiento de esos parques solares en aquellas áreas abandonadas e incluso desérticas en España, a lo largo de las autopistas o cubriendo las vías del tren como ya hacen algunos países?

Nadie al parecer tampoco ha pensado en los efectos visuales así como el impacto sobre la flora y fauna silvestres de invadir el campo con tantos mega parques fotovoltaicos. El toro de Osborne, símbolo de otra España que tanto escuece a los progresistas por asociarla al franquismo en su falsa concepción de memoria histórica, está siendo sustituido por los mares de plásticos a vista de satélite de las huertas en Andalucía y los campos de espejos solares en el resto. Todo muy “green” de la muerte y sostenible. 

Aunque la superficie total afectada de la tala de olivos (sólo en Jaén peligran 100.000 olivos según ciertas proyectos o de 120.000 árboles cítricos en Valencia en un área de casi 300 hectáreas) es relativamente pequeña en comparación a la tala de los bosques en el  Amazonas, el impacto para España es localmente muy significativo para la economía local, nuestros paisajes, la propia agricultura, el patrimonio natural (olivos centenarios), por no hablar del efecto desestabilizador del  ecosistema. En no pocos casos se llevan a cabo tras una expropiación forzosa, lo que implica la pérdida de sustento para muchos agricultores locales. 

Otro de los muchos impactos de esta masiva campaña de electrificar el campo con fotovoltaicas afectan a la pérdida de hábitat para la población de todos los seres vivos (en especial de especias animales y vegetal del terreno) y del empleo rural; la degradación y erosión del suelo (agravando el cambio climático  y la desestabilización de las tierras), regulación del agua, la fragmentación del territorio (con las líneas de evacuación eléctricas) y la pérdida de sumidero del C02. Asimismo tiene incidencia directa en la regulación climática local y regional a través de la evapotranspiración.

La justificación que desde los poderes públicos se realiza para llevar a cabo la “transición energética” y mitigar el cambio climático se contradice con las protestas de los afectados agricultores y algunas organizaciones ambientales  que denuncian la falta de transparencia y de una planificación más sostenible. 

A falta de estudios concretos, hay ciertas estimaciones hechas por entidades agropecuarias andaluzas que afirman que la tala de 100.000 olivos en plena producción en Jaén podría suponer la pérdida de 2.000.000 de euros en rentas por producción de aceite.

La actual legislación ambiental exige que proyectos con impacto significativo (como los parques solares) implementen medidas compensatorias y correctoras por los daños causados, sin que se haya dado a conocer las mismas por parte de las autoridades (autonómicas y estatales) ni los costes que soportarán.  

Algunos cálculos comparan -con todas la reservas posibles-  el beneficio de cultivar una hectárea de olivos en plena producción frente al de una hectárea de placas solares y el resultado puede aclarar algunas prácticas: Entre 1.500 y 7.000 euros brutos/año  por la producción olivar para el agricultor frente a los 40.000 euros brutos/anuales  por la generación y venta de energía “limpia” que obtiene el promotor renovable. 

Para haber tantos ecojetas enseñando mamas metidos a ventilar otros asuntos menores como la tala de unos cuantos árboles en la capital, no parece que la deforestación de nuestro propio territorio rural de forma semejante al Amazonas para llenarse los bolsillos unos cuantos, mueva suficientemente las conciencias en nuestro país. No es la primera vez que como ecologistas gallegos vinculados al BNG han resultado ser promotores de proyectos eólicos contra los que luchan ahora. 

Al final, ya adivinamos que la culpa de la desertización del campo es siempre de otros y ahondar en la huella socio-ecológica sobre la España vacía, un simple espejismo.