Quizá por eso sabían bien que deberían tenerles muy duramente controlados y no permitían ninguna acción imprevista por insignificante que fuera
El inicio de la Semana Santa arranca con el éxito del Domingo de Ramos. Parece que es algo imprescindible en el plan de Dios, para la Salvación de los hombres, que su Hijo se entronizara en Jerusalén con una aclamación del pueblo elegido. Precisamente Jerusalén, la ciudad donde hombres y mujeres peregrinarían varias veces a lo largo de su vida como un objetivo imprescindible para amar los designios de Yahvé.
Jerusalén era una ciudad importante por muchos motivos: capital de una provincia del Imperio pero que a su vez tiene la opresión del invasor romano. También tiene sus propias rupturas interiores: políticas, culturales y religiosas. Además no existía un líder sociopolítico, porque Herodes era un borracho, mujeriego, envilecido por el poder omnímodo de Roma. Y por otro lado, los líderes religiosos, corrompidos por el propio poder de la religión de la que han logrado someter al pueblo con leyes tan absurdas como coercitivas.
Los romanos someten al pueblo porque son una raza embichada, llena de sus supersticiones religiosas que los soldados y Poncio Pilatos, el quinto prefecto de la provincia romana de Judea, desprecian y no tienen ningún interés en llevarse bien con ellos. Quizá por eso sabían bien que deberían tenerles muy duramente controlados y no permitían ninguna acción imprevista por insignificante que fuera.
Aquel no parecía un hombre malvado. Aquel maestro, al que el pueblo entero sale a aclamar como mesías, sin ninguna apariencia de lujo o poder, no se corresponde a la imagen de un facineroso
Sin embargo, la aparición de un rabí sobre un borriquillo en fechas previas a la fiesta de la Pascua, cuando la ciudad es un hormiguero de intereses comerciales, religiosos y políticos, les pone en guardia. Bien podría ser otro jefe sedicioso en sustitución de Barrabás, al que tenían encarcelado por asesinato y escándalo público. Pero no, aquel no parecía un hombre malvado. Aquel maestro, al que el pueblo entero sale a aclamar como mesías, sin ninguna apariencia de lujo o poder, no se corresponde a la imagen de un facineroso. Pero Pilatos desconfía, vigila y refuerza la guardia en las calles de la ciudad.
Pasan los días de preparación, de visitas al templo, a los familiares, a los mercados donde vender lo que traen y comprar lo que en sus aldeas de origen no encontrarán fácilmente. Jerusalén es la capital de los judíos y son días de alegría… ¡Y también de conspiraciones! Caifás y los suyos, los del sanedrín, trazan un plan para deshacerse de una vez por todas del molesto Jesús de Nazaret, y Él lo sabe, por eso ha venido a celebrar la Pascua allí mismo, con sus apóstoles; con los que le aclamaron en la multiplicación de los panes; con los admirados al ver andar a los paralíticos y ver a los ciegos; con los que volvieron a sus casas después de ser curados de la lepra que les tenía marginados en cuevas o los desendemoniados que vivían en los cementerios; con los que solo habían oído hablar de Él y querían tener la suerte de verle actuar. Todos querían algo de Él. También estaban los que, a causa de sus milagros se les habían torcido sus ambiciones personales, y no le querían por eso… Por ejemplo, los fariseos y escribas que tuvieron que soportar los descréditos públicamente; los que por curar a un familiar se quedaron sin la deseada herencia; los que le pidieron algo y, por falta de fe, no lo obtuvieron; y los que esperaban de Él un salvador guerrero, un libertador, y fueron defraudados porque no llegó el “reino de Cristo” que ellos habían pensado. De todos esos, de los que le amaban y los que le detestaban, también había entre sus discípulos.
Podemos dejarnos hacer, o hacer algo por asomarnos a lo que Dios desea para nosotros y para el mundo. Podemos rendirnos y pensar que nuestras obras no valen para nada, someternos al mundo y a sus designios o podemos ponernos a su disposición a pesar de nuestras debilidades
Los planes de Dios, incluso para los suyos propios, son multifactoriales y no son lineales. Todo, lo aparente, lo oscuro, lo bueno, lo malo, la casualidad y lo planificado, todo forma una tupida red de voluntades que en muchas ocasiones se contradicen pero que siempre se dirigen a Dios, a su santa Voluntad. Podemos dejarnos hacer, o hacer algo por asomarnos a lo que Dios desea para nosotros y para el mundo. Podemos rendirnos y pensar que nuestras obras no valen para nada, someternos al mundo y a sus designios o podemos ponernos a su disposición a pesar de nuestras debilidades. Podemos pensar que no hay nada después de la muerte y hacer uso de nuestras potencias según nuestros sentimientos, buenos o malos, o podemos abrir nuestro corazón a la Eternidad y descubrir que Dios nos ama a pesar de todo y cada uno de nosotros.
Los pasos del Domingo de Ramos son nuestros pasos. Cristo pasa por allí en su pollino y nos mira, sonríe. ¿Somos nosotros los que elevamos las palmas y buscamos su Reino o nos quedamos esperando que Él lo haga todo? Ningún milagro de los que realiza los hace sin una fe activa de nuestra parte, porque Él tiene el poder de curar lo que sea y nosotros tenemos el poder de querer que así sea. Dios no es un cajero automático a nuestro servicio, nosotros tampoco. La libertad de nuestros actos nos pone a su disposición, o todo lo contrario. Los que nos acercamos este domingo a recibirle para vivir la Semana Santa, tenemos que hacerlo con fe, con la intención inequívoca de que es la gracia de Dios la que actúa en nosotros para ser santos, pero solo nuestro deseo hará posible que lo seamos.
Cristo pasa por allí en su pollino y nos mira, sonríe. ¿Somos nosotros los que elevamos las palmas y buscamos su Reino o nos quedamos esperando que Él lo haga todo? Ningún milagro de los que realiza los hace sin una fe activa de nuestra parte, porque Él tiene el poder de curar lo que sea y nosotros tenemos el poder de querer que así sea
Para vivir la Semana Santa (Palabra), de José Antonio Abad. Al celebrar la Semana Santa, no solo recordamos que Jesucristo murió y resucitó por nosotros y para nuestra salvación, sino que lo hacemos presente en un espacio y en un tiempo preciso. Ante tal representación es preciso ser actores y no espectadores, esto significa entender y comprender lo que estamos celebrando. A este propósito sirven estas páginas.
Arqueología de la Semana Santa en cuarenta estaciones (Alfar), de VVAA. En esta obra, se muestra el hallazgo de varios cientos de piezas artísticas y culturales primigenias que son determinantes para reconstruir cabalmente la genuina procesión penitencial, y hallemos a Platón describiendo la procesión de Bendis, conectemos a Astarté con la Virgen de Regla, a Isis con la Macarena, al Melkart gaditano con el Gran Poder o al templo clásico con el paso de palio.
El oficio de capataz en la Semana Santa (Almuzara), de Rafael Moreno Rodríguez y Moisés Ríos Bermúdez. Las plataformas llamadas pasos son llevadas por cuadrillas de costaleros que las levantan y desplazan desde el interior, protegiendo sus cuellos con el costal en el que apoyan las vigas colocadas transversalmente bajo la superficie donde van las imágenes. Como esa modalidad limita la visión del exterior y al menos son treinta los costaleros por paso, se requiere que alguien los dirija y coordine desde fuera, esa es la figura del capataz, que va mucho más lejos que la de un simple director del paso.