
Decíamos ayer que la arbitrariedad se ha convertido en uno de los elementos del pontificado de Francisco. La cosa ha llegado al extremo de que en las congregaciones generales se ha invocado la necesidad de volver al derecho canónico, petición que tiene su enjundia. Cuando la Iglesia va bien invoca la caridad, cuando va mal, el derecho. Si renunciamos al amor tendremos que conformarnos con la aplicación de la norma.
Todo ello dentro de un lamentable revisionismo histórico en tiempo real. Así, la interpretación mediática de que hay un antes y un después de Francisco, el Papa definitivo. Pues con todo respeto, yo eso no lo veo en las calles de Roma, que ni se inmutan con la elección de un nuevo Papa y además tampoco eran fans de Francisco, pero tampoco con el cuerpo de monseñores, donde los entusiastas de Francisco lo son más en público que en privado y los críticos lo son más en privado que en público. De una forma u otra, los unos con nostalgia, los otros con lucidez... ambos grupos de eminencias saben que la etapa de la arbitrariedad debe terminar, los unos porque nunca la han tolerado, los otros porque saben que las estructuras eclesiales no pueden soportar la ley privada, el privilegio.
¿Quieren ejemplos de esta gran impostura mediática ajena a la realidad? Pues ahí tienen la pederastia clerical. Pregunten al profesor del colegio Gaztelueta, que nada tiene de pederastia pero que ha sido perseguido como tal por el propio Vaticano, mientras pederastas reconocidos aún no han sido ni oficialmente castigados porque son amigos del Papa o porque pertenecen a la orden jesuita.
Pero hay algo mucho peor en este cónclave. Roma huele a vacío, a indiferencia pero, ante todo, huele al aroma nauseabundo de la predestinación, grave herejía. El ambiente ante la elección de nuevo Papa es el de un putrefacto determinismo fatalista, en el que mejor que nada importe nada porque si empieza a importar nos veríamos obligados a ejercer nuestra libertad más importante, la de elegir entre el bien y el mal y la verdad sea dicha: lo que nos ocurre es que no queremos elegir porque nos tememos que vienen malos tiempos.
¿Es que a alguien le importa quién sea el nuevo Papa? Se diría que no. Bueno, hay alguien a quien sí le importa pero prefiero no citarle. Y lo cierto es que debería importarnos a todos. Y mucho. No están los tiempos para un mal Papa.