Días atrás celebrábamos el 8-M, supuesto Día Internacional de la Mujer, ahora convertido en el escaparate del feminismo radical, que constituye el signo de la España actual, montada sobre la gran exageración de la marginación femenina. Montada, sobre todo, sobre la enorme injuria a la maternidad. 

No nos engañemos: el mensaje subliminal del feminismo consiste en que la maternidad es para tontas o, al menos, para las incapaces. Las listas son las que triunfan en el mundo. 

¿Por qué las cosas van mal? Porque los ojos impuros siempre se captan. Nuestros hijos, los primeros

Y todo esto conlleva un trasfondo de impureza que me temo ha inundado también a muchos hogares que se jactan de respetables. Es decir, de moderados.

A estos efectos no dejen de leer estos párrafos del último libro de la profeta madrileña Margarita de Llano. Es una revelación de la Virgen María que pone el dedo en la llaga. Es posible que no puedan leer este texto en muchos medios informativos. Ahí va: 

"Los ojos impuros se captan siempre. Los ojos son el reflejo del alma y los niños se miran y crecen en los ojos de sus padres. Si los esposos impiden la nueva vida que les envía Dios en su interior, eso, aunque no se diga y no se hable, también se transmite a los suyos. Y los hijos crecerán con la idea de que traer niños al mundo es un horror. Luego entonces, que ellos mismos hayan venido es una equivocación y algo malo que, de poder haberse evitado, se habría hecho. Sentirán que lo mismo que no se ama a los posibles hijos, pues los evitaron, tampoco se les ama a ellos, o si se les tiene es por un fin meramente utilitarista: porque les proporcionan algún bien a los padres".

Incluso, añado yo, la maternidad puede consistir, espero que no, en una "experiencia", la experiencia de la maternidad. Y como tal experiencia, para disfrutarla basta con tener un solo hijo, máximo dos. ¿No es esto lo que está ocurriendo?

Ya llevamos varias generaciones -¿dos, tres?- que han crecido con la demoniaca idea de que "traer niños al mundo es un horror", por no hablar de todos aquellos que sospechan no haber sido muy deseados por sus padres.