Me encantan las discusiones, más bien escasas, la verdad, sobre la Santísima Trinidad. Como decía Francis Joseph Sheed, hay dos grupos de personas que desbarran: el fideísta que está deseando que las personas sean cuatro para demostrar que su fe aún es más intensa y la de aquellos otros cristianos que aseguran que, dado que se trata de un misterio insondable, ¿para qué preocuparnos por ello? Preocupémonos de otra cosa. Sin embargo, miren por dónde, Cristo se empeñó en repetir, una y otra vez, por su misma boca, que las tres personas componen el Ser de Dios.

Un misterio implica algo que nunca acabaremos de explicar, no algo que no podamos entender, al menos en parte. Sobre todo, es algo sobre lo que debemos reflexionar, a ser posible de continuo.

La naturaleza es responder a la pregunta ¿qué es? Persona supone responder a la pregunta ¿quién es?

En el misterio de la Santísima Trinidad podemos entender que implica una distinción entre naturaleza y persona. Naturaleza es algo que responde a la pregunta ¿qué es? En mi caso, soy un hombre. Persona es lo que responde a la pregunta ¿quién es? En mi caso, Eulogio López.

Pues bien, Dios es un solo Dios, una sola naturaleza divina, lo que pasa es que 'ocupada', al 100 por 100, por tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es esto lo que no podemos comprender.

El misterio de la Santísima Trinidad no parece importarle mucho al hombre del siglo XXI, pero que algo no importe al hombre no significa que no sea importante

¿Y por qué? Pues los teólogos dicen que porque Dios es amor, y el amor consiste en la entrega a otro. Si lo prefieren así, en palabras de San Agustín, el Espíritu Santo es el abrazo del Padre al Hijo. Y las tres personas de la Santísima Trinidad se concilian con las tres funciones de Dios: Creador, Redentor y Padre.

El misterio de la Santísima Trinidad no parece importarle mucho al hombre del siglo XXI, pero que no le importe al hombre no significa que no sea importante. Y sobre todo, es uno de esos misterios que vienen a demostrar, una vez más, que la doctrina católica es coherente y la mejor explicación de la realidad que nadie ha puesto sobre la mesa en toda la historia. O si lo quiere, no hay incompatibilidad entre fe y razón porque la fe es lo más racional que existe y porque la razón es una cuestión de fe.