A pesar de haber sido condenado a 19 años de cárcel en uno de los muchos casos que lleva, la verdad es que servidor, víctima de José Manuel Villarejo, siento una profunda compasión por este tipo.

Verán, por encargo del BBVA, fui espiado por el señor José Manuel Villarejo. No sólo pincharon mi teléfono y grabaron mis conversaciones sino que posiblemente me siguieron, pues de otro modo no es posible que supieran ciertas cosas ni que me insultaran de ciertos modos.

Luego están los informes que pasaron al BBVA, el pagano, y que revelan que la información por sí misma, si no se interpreta adecuadamente, no sirve para nada. Para ser exactos, sirve para confundirlo todo y, en mi caso particular, para que Villarejo concluyera justo lo contrario de la verdad. ¡Pobre Villarejo!

Vivimos en la época de la saturación informativa donde no nos enteramos de nada por enterarnos de todo y en la que el exceso de cultura conduce a la ignorancia. Pero estas máximas de primer grado, en el caso de los espías profesionales, rondan la locura: ¿a ver quién es el guapo que sabe ordenar todos los datos que recibe y concluir -de qué sirve la información sin conclusión- adecuadamente, en dirección hacia la verdad? Y eso sin caer en el mayor cinismo de la historia, el del más famoso de todos los procuradores romanos: "¿Qué es la verdad?".

¡Pobre Villarejo! Espiar al prójimo se ha convertido en un trabajo ominoso, horrible: no hay quien se lea todo lo que el prójimo escribe por Whatsapp

Pues bien, digo que Villarejo es un pobre hombre digno de toda compasión. Y lo digo yo, que en sus enloquecidos informes al BBVA me ponía como no digan dueñas y me dedicaba unos adjetivos tirando a molestos y que, a la postre, no entendía lo que yo hacía y mucho menos lo que decía... que tampoco es tan difícil, caramba. Sólo que Villarejo tenía demasiada información sobre mí y era incapaz de digerirla: conocía mucho sobre mí pero no sabía nada de mí.

Siento enorme compasión por él porque espiar al prójimo se ha convertido en un trabajo ominoso, horrible. No hay quien lea todo lo que el prójimo escribe por Whatsapp mismamente, o las soserías que expele por teléfono: resulta agotador.

Conclusión: en el siglo XXI, en la sociedad de Internet, la privacidad sólo se defiende con la cantidad. O como concluía aquella novela negra en la que el protagonista asesina a 10 personas, aunque su objetivo real era sólo uno: ¿Cómo esconder un elefante en la Quinta Avenida? Llenando la Quinta Avenida de elefantes. 

¿Cómo defender la intimidad, cosa seria, en la sociedad de la información, en la que nuestras vidas son escaparates? Desde luego, no escondiendo nuestra privacidad salvo aquella parte a la que instintivamente nos impela nuestro pudor, porque resulta imposible: más bien se trata de confiar en que haya tanta información sobre nosotros, tantos datos, tantas imágenes... que no haya Villarejo que logre interpretarlas. De la saturación informativa en la que vivimos sólo puede salvarnos... el exceso de información, llenando la Quinta Avenida de elefantes.