Por error, días atrás compré un queso que me pareció novedad. Resultó que era queso vegano y me di cuenta, sólo cuando lo tuve en la boca, que estaba masticando plástico: aquello no sabía ni bien ni mal: no sabía. Era el símbolo de la pérdida del gusto en otra época y que no es otra cosa que el gusto por los sabores. Buena prueba de tan lamentable pérdida es la idealización del agua, que como se sabe, es inodora, incolora e insípida pero que se ha convertido, por mor del vigente doble miedo a la muerte y a la vida, en el futuro de nuestra salud física y casi de nuestra supervivencia. 

Por supuesto que el agua es imprescindible para vivir pero el oxígeno lo es aún más y no nos pegamos al aire con ansias de náufrago. 

Es más, la mente más poderosa de la era moderna, un tal Chesterton, no tenía insulto mayor que este: ¡Malditos bebedores de agua! Esto es, gente incapaz de disfrutar de la vida. Y aún la canción popular española, igualmente sabia, nos recuerda que el agua es para las ranas, que nadan bien. Las ranas, un elemento asimismo muy necesario para el ecosistena que ni tan siquiera han encontrado la protección de la ministra Ione Belarra, a pesar de que se comen a las avispas.

Junto a la pérdida del sentido del gusto, entre las grandes calamidades contemporáneas, figura la pérdida del sentido del buen gusto, carencia no menos alarmante, especialmente en verano. 

La desidia en el cuerpo es desidia en el alma y quien no tiene ordenado su armario no tiene ordenada su alma

En esta estación, en no poco número de casos, no acabo de distinguir si hombres y mujeres se han olvidado de vestirse antes de salir de casa. Para el calor se colocan prendas que se pegan al cuerpo, recalcando la silueta de forma poco natural, dado que, por lo general, la carne del adulto tiende a flácida. No son cuerpos reales sino ligeramente apretados y para mí que la ropa prieta no quita el calor, más bien al contrario, más bien lo impone, pero sobre todo, si de naturalidad hablamos, nada menos natural que convertir lo blando en terso. 

Lo que quiere significar que, no es que hayamos vendido nuestra intimidad, es que la regalamos. Y ahora, encima, para ahorrar energía, nos inducen a que nos quitemos la corbata. 

Pues mire usted, con corbata hasta en la playa. No es la prenda más imprescindible pero es que lo propio del ser racional es llegar un punto más allá de lo imprescindible. 

En resumen, que esta es una sociedad desastrada y andrajosa... con la excusa de 'la caló' o de cualquier otra tontuna.

Dios ha creado el mundo para nuestro disfrute, no sólo para nuestra supervivencia y la razón consiste en vivir... un punto más allá de la mera supervivencia

Pues bien, la pérdida de los sabores supone una considerable tragedia nacional y la desidia en el cuerpo implica desidia en el alma. Ambos desórdenes cooperan en la misma dirección: una falta de respeto por nosotros mismos, o sea, por los demás, que no deja de ser una falta de respeto por la obra más grande jamás creada: el ser humano, capaz de disfrutar de los alimentos y del vestido más allá de su instinto de supervivencia y un punto más allá de sus necesidades perentorias. El peligro actual no es el de falta de austeridad sino su contrario: la falta de autenticidad, esa virtud tan olvidada que forma parte de otra aún mayor: la virtud del discernimiento. A fin de cuentas, Dios creó el mundo para que el hombre lo disfrutara, no para que lo padeciera ni tan sólo para que sobreviviera en él. ¡Créanme: la vida es hermosa!

Y todo ello queda subsumido en el viejo refrán: quien no tiene ordenado su armario no tiene ordenada su alma. Lo importante, en los cajones de arriba. 

Hemos perdido el sentido del gusto y el sentido del buen gusto. Recuperémoslos cuanto antes. Con ellos, llegará el 'joie de vivre'. Por ejemplo.