La calumnia es como un globo recién hinchado: a media que pasa el tiempo, se va desinflando e impresiona mucho menos.

La campaña contra Pío XII comenzó de pronto, 10 años atrás. Como nadie se acordaba ya del papa Pacelli, el de la Segunda Guerra Mundial, el globo comenzó muy, muy hinchado, a punto de estallar. Pío XII colaboró con los nazis. Traducido: Pío XII era un filonazi que escondía el brazalete con la esvástica debajo de la sotana. ¿Acaso no había sido enviado a Berlín cuando Hitler presidía desfiles masivos? Los primeros autores no estaban seguros de que el Papa hubiese diseñado las cámaras de gas, pero estaba al tanto de la cuestión. No diseñó la invasión de Francia pero no resultó un secreto para él.

La cosa no funcionaba, porque la gente todavía tiene algún sentido de las proporciones, cierta prevención frente al ridículo. Se entró así en la segunda fase: No colaboró con los nazis, ciertamente, pero tampoco tendió la mano para ayudar a los judíos. Esta segunda fase del globo, ya un punto desinflado, se vacía a gran velocidad. Es lo malo que tienen las calumnias con acusaciones concretas, que pueden ser refutados con datos concretos. La red de apoyo a los judíos creada por el Vaticano, que llevó desde la apertura de los conventos a refugiados hasta la concesión de documentación falsa, echaron por tierra la segunda imputación. Por eso, cuando el pasado domingo el papa Benedicto XVI se plantó en la Sinagoga de Roma, el rabino, heredero de aquel que se convirtió por la heroica actitud de Pío XII en defensa de los hebreos, pasó a la tercera y esperemos que última fase del calumnioso proceso, tan ambiguo como equívoco, el juicio de intenciones: Pío XII no colaboró con los nazis, ciertamente, y ayudó a los judíos perseguidos, sí, pero no alzó la voz en su defensa con la suficiente energía.

La refutación es difícil, por inconcreta, pero llama la atención que un judío asegure que la Iglesia no se plantó centra el nazismo cuando fue la primera en condenarlo, antes que el mismísimo congreso judío alemán, antes que la izquierda, antes que las democracias liberales, antes que nadie. Y la Iglesia no tiene ejército que la defienda.

El globo ya está casi desinflado, convertido en una especie de trapo contrahecho, deforme. Lo único que me fastidia es que, cuando quede reducido a una goma informe que sólo sirve para ser depositada en el cubo de los desperdicios, ninguno de los calumniadores pedirá perdón. Lo pedirá el calumniado porque la conciencia cristiana es fina -o no es cristiana- y martillea los corazones: siempre pudiste hacer más.

Pero esa es otra historia.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com