Francisco Zugasti es el promotor de Projusticia, una asociación de esposos separados que luchan contra la prevaricación ‘legal' y permanente que se perpetra en los juzgados de violencia de género y en el derecho de familia, dos realidades muy relacionadas hoy. Zugasti se encontraba en el Congreso de los Diputados, invitado por un diputado, y decidió almorzar en el restaurante mientras esperaba. Allí se encontraba el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, un hombre del pueblo, que gusta mezclarse con diputados, periodistas y visitantes.

Pero no con todos. En concreto, disertaba en ese momento con Luis Aizpolea, periodista de El País, uno de los nuestros.

Zugasti se presentó y le pidió una entrevista, la misma que lleva reclamando desde que llegó a La Moncloa. Solícito siempre con el pueblo, ZP le pidió una tarjeta y le prometió que uno de sus colaboradores se pondría en contacto con la Asociación.

Naturalmente no lo ha hecho, pero Zugasti consideró que había cumplido con su deber cuando, cinco minutos de que ZP abandonarse el restaurante de las Cortes se aproxima un propio, una propia, para decirle que esas no eran formas de dirigirse al presidente del Gobierno a quien, para ser exactos, no debía dirigirse en modo alguno a Su Excelencia. Zugasti, a quien el feminismo en el poder ha arruinado su vida y para el que, por tanto, los respetos humanos impresionan muy poco, le enseñó su acreditación y el comunicó que tenía cita con un diputado.

Marchó ofendidísima la funcionaria, y cinco minutos después apareció un gorila, auricular en la oreja y cara de muy pocos amigos, quien ordenó a Zugasti que abandonara el Congreso, cosa que tuvo que hacer porque es un activista pero no "un hombre de acción".

Lo de menos es la hipocresía de un ZP que primero pide un teléfono y luego envía a sus matones para expulsar a un visitante acreditado. Lo de más es que se está haciendo realidad la majadera teoría del secretario de Estado de Comunicación, Fernando Moraleda, quien acostumbra a decir a los periodistas que siguen los viajes y las campañas electorales de ZP, que no se dirijan a él a menos que su Excelencia lo haga primero.

De hecho, nunca los líderes políticos y, en general, los poderosos, salieron tanto por la televisión, rodeados de multitudes y de nubes de periodistas, y nunca tuvieron tan poca interlocución ni con el pueblo ni con los intermediarios mediáticos. Vivimos en una democracia televisada, en una libertad virtual, donde no hay interlocución. Todo está preparado para cerrar el camino a la interlocución, por ejemplo, la cesión del micrófono al periodista preguntante al que se le arrebata inmediatamente el micro, para que no puede contra-preguntar: es decir, para que el conferenciante responda lo que le dé la gana sin temor a réplica.

ZP, y tantos otros poderosos, se comportan hoy como los antiguos Reyes, a los que los súbditos no podían dirigirse a Su Majestad si Él no lo hace previamente. El pueblo y los periodistas no son sino parte del decorado de un político democrático. Los gobernantes de antaño le olían el aliento al pueblo, los de hogaño, sólo huelen la lente de la cámara que le enfoca, cámara sin interlocutores.

Es una libertad virtual, esto es, falsa. Y mucho cuidado, porque como te creas lo de la relación directa te pueden enviar a los matones. Eso sí, matones con talante.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com