Sangre del hermano en tierra derramada,
al cielo en justicia por su vida clama.
Y el agresor sin reconocer su culpa,
al cielo descaradamente acusa,
al ser éste el guardián del humano género,
y no impedirlo pudiendo hacerlo.
 
¡De que extrañarnos podemos,
en el correr de los siglos eternos!
que aquellos que la maldad ejercen,
responsables de ella no se sienten,
y a otros –incluido el cielo- acusan,
presentándose carentes de su culpa.
 
Más el amor a la humanidad salva,
y sazonados frutos encuentra
en aquellos que se comprenden, escuchan, 
se enseñan, se apoyan, se ayudan.