¡Qué pena! ¡Qué desgracia!
A la pobre izquierda,
siempre le toca bailar,
del baile, con la más fea.
Unas veces es la economía,
otras con los separatistas,
y ahora con la sanidad.
Y entonces suspiran, exigen
y claman por la lealtad.
 
Y teniendo en cuenta,
que cuando son otros,
los que a ellos se la piden,
en situación similar,
la niegan con crueldad:
ya sea por un gran atentado,
por salir de la ruina letal,
o por defender, de la nación,
su indivisible unidad.
 
¡Qué hacer ahora!
 
¡Darla sin condiciones!
O exigiendo dimisiones:
de los que no suspendieron
ciertas manifestaciones,
o las que guantes de látex,
en sus manos exhibieron.
¿Sabían datos que ocultaron?
O en su soberbia confiaron,
y su incompetencia no vieron.
 
Y ahora exigen lealtad:
que no conocen ni dan,
cuando no tienen credibilidad.
Y les falta, además, la grandeza
de pedirla con humildad.