La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra. Desconozco si el padre Henry Kowalczyk, miembro de los Siervos del Hogar de la Madre, fallecido en abril de 2020, conocía esta frase de San Josemaría, pero es un detalle sin importancia. El padre Henry fue extremadamente feliz porque estaba muy cerca de Dios.

Y esa cercanía se hacía palpable en su trato con Jesús sacramentado. Amaba la Eucaristía porque creía firmemente que la Hostia Santa es el mismo Jesucristo que nació en Belén, el mismo que eligió a los doce apóstoles y murió en la Cruz para que cada uno de nosotros pudiéramos ir con Él al Cielo.

Lo creía de verdad, con hechos. Un día, en el Hospital Clínico de Valencia, donde fue capellán durante seis años, no dudó en tragarse la Hostia que previamente había estado en la boca de un paciente que, finalmente, no se la pudo tragar. Esa era su fe y su amor a la Eucaristía.

El padre Henry fue feliz porque amó sin límite a Dios. Y eso atrae, también a los jóvenes. Pero si quieren saber más sobre la vida de este cura norteamericano de origen polaco, vean el documental y véanlo en familia. Merece mucho la pena.