
Interior de la Catedral de Chicago, ciudad natal de León XIV, con el Crucifijo de la Resurrección (imagen derecha)
El revoltijo progresista sobre el nuevo Papa León XIV empieza a resultar muy divertido. Por una parte, nos aseguran en El País, que en Chicago están convencidos de que este Papa es un progresista, de Francisco, así que será un "Papa de todos".
Al mismo tiempo, el Periódico global nos recuerda lo siguiente: "León XIV: un papa de Chicago para una iglesia estadounidense en crisis y cada vez más conservadora". O sea, que el susodicho es progresista y, por tanto, hablará con todos menos con los conservadores, que son mala gente: ¿en qué quedamos?
Naturalmente, como casar progresismo y cristianismo es como mezclar el agua y el aceite, los alegatos progres sobre la Iglesia siempre recurren a la calumnia. Subtítulo: "Las heridas aún abiertas por décadas de abusos sexuales en el clero y el creciente poder católico ultra en el Washington de Trump marcarán las relaciones entre el Vaticano de Prevost y su país de origen ".
Lo cierto es que si hay un colectivo que ha practicado poco -siempre más de lo que debía, que es nada- la pederastia y ha aborrecido más la pedofilia ese es el clero... en USA, en Europa, y hasta en China y la India. Segundo, los católicos -qué más quisiera- no han tomado el poder en la Casa Blanca. Lo que ocurre es que Donald Trump, y no al 100 por 100, es un defensor, por poner un ejemplo, de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural y, por tanto, para la progresión, es un ultra peligroso.
Digo que lo de los progres y el nuevo Papa empieza a resultar divertido porque, del mismo modo que Francisco no era un Papa progre, León XIV se cuidará de parecerlo. Pero los progres, como hicieron con Francisco -y a costa de superficialidad, de sólo reparar en sus aspectos externos, casi lo han conseguido-, tratarán de ganarse para su causa a León XIV, aunque para ello haya que retorcer la realidad.
Para entendernos, un pontífice no tiene que ser ni un Papa de todos ni un Papa de nadie: tiene que ser un Papa de Dios y sólo de Dios. El resto vendrá por añadidura. Además, como toda la ristra de melodías progres, también la del Papa de todos tiene carga de profundidad: ¿cómo festejar a quien defiende al nonato y al mismo tiempo al que pretende matarlo? No se puede ser Papa de todos.
Por sus obras los conoceréis, dice el viejo adagio. En el caso de un pontífice, por sus palabras los conoceréis. Porque, a pesar de esa otra melodía progresista, la del "poder" del Papa, un pontífice tiene menos poder que cualquiera de los ministros de Pedro Sánchez o incluso de países más pequeños que España. Apenas es soberano del país más pequeño del mundo que, encima, de Estado tiene más bien tirando a poco.
El Papa lo que tiene es influencia moral, mucha o poca, dependiendo de las épocas y de los pontífices. Su único poder está en su palabra y en lo que esta palabra penetra en los corazones de las personas. De los católicos y de los ateos.