Queridos lectores, no me negarán que los responsables de velar por el cumplimiento de la llamada ley de Memoria Democrática tendrían que empapelar al que ha escrito que durante la Guerra Civil española “en el territorio dependiente del Gobierno de la República caían frailes, curas, patronos, militares sospechosos de fascismo y políticos de significación derechista”.

Pero el problema que van a tener esos responsables al servicio de Pedro Sánchez es que el autor de este párrafo, que lo escribió pocos meses después de acabar la guerra, en junio de 1939, lo fue todo en la Segunda República y se llamaba Manuel Azaña (1880-1940). El párrafo pertenece al artículo “La revolución abortada” y se puede encontrar en las obras completas de Azaña y en un libro que se titula Causas de la Guerra de España, publicado en 1986.

Por cierto, en esta publicación figura como titular de los derechos de autor su viuda, Dolores Rivas Cherif, por lo que también podrían empapelar a esta señora, y ya puestos a hacer justicia socialista que empapelen también a la editorial que lo publicó, al magnate de Amazon y a todos los libreros que lo venden, que hay que democratizar la memoria histórica para limpiarla de tanto fascista.

Pero volvamos al párrafo citado, porque tan cierto como que Manuel Azaña dijo lo que pasaba es que también afirmó, a continuación, que de todos esos desmanes el Gobierno del Frente Popular no tenía nada que ver, y es que para eludir responsabilidades de lo que uno hace: tanto sirve un perro para echarle la culpa, como unos incontrolados.

Cuando se analiza cómo sucedieron las matanzas, tan al comienzo de la Guerra civil, solo se puede concluir que para poder llevar a cabo semejante masacre en tan poco tiempo, eso solo se pudo ejecutar porque desde antes de que estallara la Guerra Civil ya estaba preparado el crimen

En efecto, el poder puede echar a la verdad por la puerta, pero al final vuelve a entrar por la ventana, y así resulta que los documentos de archivo, por su parte, nos informan de que un día como hoy, 24 de julio, de 1936 un afiliado del partido de Manuel Azaña que se llamaba Joaquín Viladrich Vila fue el responsable del asesinato de 39 personas, solo en ese día en la localidad de Fraga, provincia de Huesca. Joaquín Viladrich ejercía como maestro en Fraga y era el alcalde de ese pueblo.

Joaquín Viladrich Vila era militante de Izquierda Republicana, que dicen algunos que era el partido más intelectual, moderado y democrático del Frente Popular. Pues bien, este alcalde de Izquierda Republicana ejerció su mandato en Fraga durante la Segunda República como un auténtico tirano: con el pretexto de solucionar el abastecimiento de agua en la localidad impuso multas caprichosas al concesionario, porque no se le sometía, cortaba el suministro de agua a los que él consideraba burgueses y en el mes de mayo, meses antes de que estallara la Guerra Civil, ya concibió el plan de encarcelar a todos los de derechas, a los que tenía fichados. Y en su plan de gobierno municipal contó con la inestimable ayuda del otro intelectual del pueblo de Fraga, que era el otro maestro, llamado José Alberola Navarro.

Cuando se analiza cómo sucedieron los hechos, tan al comienzo de la Guerra Civil, solo se puede concluir que para poder llevar a cabo semejante masacre en tan poco tiempo, eso solo se pudo ejecutar porque desde antes de que estallara la Guerra Civil ya estaba preparado el crimen.

Martín Ibarra Benlloch ha contado con todo detalle lo que pasó en dos documentadísimos tomos, en los que estudia la persecución religiosa en la diócesis de Barbastro-Monzón, libros de donde yo recojo la información de este artículo. El día 22 de julio entraron en acción tres piquetes en Fraga, armados con lo que pudieron, pistolas, escopetas de cazas y hasta hachas. Y a estos asesinos se les entregaron las listas de las personas que había que detener en Fraga para asesinarlas inmediatamente. Los sicarios comenzaron a actuar al amanecer del día 22 y dedicaron la mañana de ese día a detener sacerdotes, porque por la tarde les tocó el turno a los laicos. Y con eso quedaba resuelta la primera parte del crimen.

Como ya es sabido, durante la Segunda República lo de tocar las campanas fue calificado como una imposición religiosa a quienes podían escuchar su repique sin tener fe. Semejante “delito de odio”, que se diría ahora, era merecedor de la pena de muerte

Muy temprano, apresaron a Benito Basols Jover, que era el capellán del colegio de los maristas de Lérida y al acabar el curso se había trasladado a Fraga, ciudad donde había nacido. Los sicarios del alcalde le llevaron al segundo piso del palacio de Montcada, convertido en prisión. Y allí también acabaron el párroco de Fraga, Justo Pérez Muro; sus coadjutores, Ferancisco Abenoza Suñé y Andrés Ruiz Llusá; otros sacerdotes de Fraga como los dos hermanos Joaquín y Tomás Abadía Arellano, José Espitia de Dios; y los párrocos y sacerdotes de los pueblos cercanos a Fraga hasta un total de 15 sacerdotes.

Y después de los sacerdotes detuvieron a los católicos destacados de Fraga, que se ganaban la vida en distintas profesiones, pues eran labradores, comerciantes, abogados, un guardia municipal, el cartero del pueblo y hasta el campanero, Tomás Castán Martínez. Como ya es sabido, durante la Segunda República lo de tocar las campanas fue calificado como una imposición religiosa a quienes podían escuchar su repique sin tener fe y semejante “delito de odio”, que se diría ahora, era merecedor de la pena de muerte.

Son muchos los comportamientos heroicos de los que dieron su vida en Fraga el día 24 de julio de 1936. Citemos solo uno. José Cruellas Llusa era un comerciante de Fraga. Cuando bajaba por las escaleras, escoltado por los que le detuvieron, se cruzó con su hija Trini, una adolescente de 15 años de edad, y mantuvieron el siguiente diálogo:

“—¿Qué te van a hacer? —A lo que respondió su padre

—A lo mejor tenemos que morir por Cristo Rey.

—Lo mejor es que yo vaya en tu lugar, tú eres necesario en la familia.

—No, hija mía. Tu sé buena. Si hay que dar la vida por Cristo, la daré”.

Y, por supuesto, que conste que pido disculpas si con la cita anterior he inquietado los ánimos de los católicos “moderaditos” de las distintas divisas: políticos, jueces, periodistas, clérigos, monjas y señoritas célibes empoderadas, especie esta última de reciente aparición que es una prueba más de la verdad perpetua de la parábola evengélica que nos pone en guardia de que junto a las vírgenes prudentes se cuelan las vírgenes necias.

Pero a lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz. Sin haberse celebrado juicio alguno y en menos de dos días asesinaron a los detenidos. El relato de lo sucedido lo tomo prestado del libro de Martín Ibarra Benlloch:

“Eran más o menos las 9 de la mañana hora solar, que regía por aquel tiempo actualmente serían las 11.

Previamente les ataron por las muñecas, con las manos delante, luego fueron pasándoles una larga cuerda que iba enlazando de uno a otro por la cintura, hasta formar una dramática ristra humana, en sus últimos andares por la vida en dirección al cementerio (…)

La salida de la cárcel fue por la parte posterior del edificio, por una plaza que hay llamada Huerto del Hospital, que coincide con el nivel de la segunda planta del citado edificio (…) Luego la llegada al cementerio, el paso de la puerta hacia el interior del mismo, la visión de la fosa, las caras patibularias de los milicianos armados de fusiles.

Algunas gentes de Fraga acudieron a las tapias del cementerio, quedando en el exterior para ver lo que ocurría dentro, pues una vez estuvieron en el interior presos y milicianos, estos cerraron la puerta para que no entrara nadie.

Imposible traducir en palabras la angustia, el terror de aquellos que esperaban el fatídico turno que les iba a alejar para siempre de los seres queridos, de los amigos, de la propia vida, de todo, en pocos minutos

Ignoro porqué estas gentes de la población fueron a contemplar tan espantoso acto, quizá por ver a un pariente, o a un amigo, por última vez, o bien para proporcionar detalles del acto a los familiares de los que pronto dejarían de existir.

Las tapias eran de tierra y el paso de los años las habían deteriorado de tal forma, que en diferentes sitios faltaban algunos pequeños trozos por los que era posible ver lo que pasaba en el interior.

Por aquel tiempo era muy poca gente la que se enterraba en nichos, pues la situación económica no permitía a mucha gente la adquisición de los mismos.

El que estaba desempeñando la profesión de sepulturero, cuando no había entierro, se dedicaba a abrir grandes fosas que se iban cubriendo a medida que la gente fallecía.

Al llegar a estas fosas, los milicianos detuvieron la dramática comitiva. Como antes he indicado, a la salida de la cárcel los ataron con una larga cuerda por la cintura, al llegar a este punto los fueron soltando uno a uno y les hicieron avanzar hasta el borde de la zanja, para ser abatidos por las descargas de fusilería de los milicianos, así hasta 39.

Imposible traducir en palabras la angustia, el terror de aquellos que esperaban el fatídico turno que les iba a alejar para siempre de los seres queridos, de los amigos, de la propia vida, de todo, en pocos minutos.

Según testigos del acto, los que lo observaban desde el exterior, cuando le tocó el fatídico turno al que era hasta aquellos momentos cura párroco de Fraga, al llegar al borde de la zanja de un fuerte grito de “Viva Cristo Rey”, era lo último que expresaría pues a continuación sonó la descarga que le abatiría hasta caer a la fosa. Se dio otro caso, entre los detenidos había unos que eran padre e hijo, después de haber fusilado al padre, decidieron soltar al hijo, que era muy joven, no sé si tendría unos 25 años, pero él se negó diciendo que quería seguir la suerte de su padre, como así fue. Era abogado como su padre, y le gustaba el deporte; en diferentes ocasiones jugó con la Unión Deportiva Fraga de aquel tiempo, siendo un excelente delantero centro (…)

Según testigos del acto, los que lo observaban desde el exterior, cuando le tocó el fatídico turno al que era hasta aquellos momentos cura párroco de Fraga, al llegar al borde de la zanja de un fuerte grito de “Viva Cristo Rey”, era lo último que expresaría pues a continuación sonó la descarga que le abatiría hasta caer a la fosa

Como sea que algunos, después de los disparos, aún seguían con vida, no utilizaron el conocido tiro de gracia, sino que, previendo la cantidad que había, llevaron consigo unas latas de gasolina, con las que rociaron los cuerpos, abajo en la fosa, para prenderles fuego a continuación.

Como antes he indicado algunos estaban aún con vida y fueron las llamas las que terminaron con la existencia de los supervivientes entre trágicos y doloridos quejidos, que fueron extinguiéndose con las últimas vidas”.

Y tras la masacre, apareció en el balcón del Ayuntamiento la intelectualidad republicana de Fraga para explicar a sus habitantes el proyecto progresista de vida que les esperaba. Esto es lo que les dijo el maestro José Alberola: “Compañeros, después de las angustiosas horas transcurridas, los enemigos han sido vencidos y ahora comienza para todos una sociedad nueva. Se acabaron la tiranía, la explotación y la miseria. Pero desde este instante tenemos que organizarlo todo”. Y a continuación se adoptaron dos medidas: el dinero quedó suprimido en Fraga y se creó una biblioteca pública con los libros que habían robado en las casas de los que habían asesinado. Naturalmente, los libros de religión fueron echados a la hoguera.

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.